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EN SU ÚLTIMO ESTUDIO

La Fundación Telefónica reflexiona sobre “tecnopolítica”

El experto en comunicación política Antonio Gutiérrez-Rubí es el autor de este nuevo estudio.
El experto en comunicación política Antonio Gutiérrez-Rubí es el autor de este nuevo estudio.

Por Daymé Grandía Carvajal

viernes 05 de junio de 2015, 10:54h
Las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) irrumpieron con la promesa de operar cambios revolucionarios en nuestro estilo occidental de vida. Supondría un lamentable dispendio de tiempo y espacio glosar aquí una sacudida digital que todos hemos experimentado en primerísima persona. Por eso, como ya ocurriera cuando las TIC no superaban aún el estadio de lo emergente, la aprehensión de su verdadera naturaleza depende de nuestra anticipación para imaginar el rango de los cambios que se avecinan. La proximidad de una convocatoria electoral en España ha tocado con el don de la oportunidad al último estudio de la Fundación Telefónica, titulado “La transformación digital y móvil de la comunicación política”. La obra resulta tan fértil en sugestiones que, en cierta medida, invita a reelaborar el capítulo final que dedica a la “tecnopolítica”. A ello dedicaremos los próximos minutos, ciertos de no ejercer una violencia insoportable contra la intención original de su autor, Antoni Gutiérrez-Rubí.


Hay diez claves para entender la transformación de la política por efecto e influjo de las TIC:
  • Proximidad: la nueva política está abocada a abandonar la comodidad de las sedes sociales de los partidos y bajar al gran foro ciudadano que constituyen las redes sociales. Ya no hay horarios de atención a la ciudadanía, ni mensajes emitidos en un único sentido descendente. El primer valor, hoy, es la interactividad y la inmediatez. Las TIC han anulado todas las excusas que sostenían la desconexión entre electores y elegibles, entre dirigentes y ciudadanos.
  • Inmediatez: el aumento de la capacidad de los teléfonos inteligentes (smartphones), unido a la disminución inusitada de su tamaño, hacen buena la descripción de un potente ordenador personal de bolsillo. Las verdades establecidas ya no resultan tan apodícticas, pues pueden confirmarse o falsarse en tiempo real vía Internet. El engaño y la manipulación, que desde los tiempos de Pericles han supuesto el estigma del político, se hacen ahora bajo la advertencia de desatar auténticas tormentas en la Red, aparentemente surgidas de la nada. Las campañas de descrédito injustificadas disfrutan, por desgracia, de esta misma prerrogativa.
  • Espontaneidad: la inmediatez de la punción política ya no casa bien con la cívica convocatoria de mítines o manifestaciones, autorizadas por la Administración en fecha y hora. En cualquier momento puede producirse una concentración espontánea. Las herramientas de geolocalización de nuestros dispositivos se activan para advertirnos que algunos de nuestros contactos están convergiendo hacia cualquier punto del mapa, al que podremos dirigirnos sin cita previa.
  • Simplificación del lenguaje político: la primera virtud del político de nuevo cuño, o de quien aspire a convertirse en tal, es la capacidad para concentrar su mensaje (twittear) en menos de ciento cuarenta caracteres. La expresión mínima se impone sobre el contenido extenso. Los relatos se construyen con grandes dosis de ocurrencia, chispa e ingenio. Triunfa el regate corto sobre el pase en largo o el juego de altura; el sentimiento y la emoción frente a la razón. Cosa muy diferente de la docta elocuencia, claro está.
  • Una nueva demoscopia: la gente miente a los encuestadores, pero no puede disimular su impronta digital ni falsear su rastro en Internet. El nuevo discurso político es producto del big data, la prodigiosa herramienta que encuentra pautas de comportamiento en el caudal de los datos de la Red, en absoluto caótico.
  • Videopolítica: el orador político es un icono que cede inexorablemente ante el empuje del buen actor. La nueva política tiene una naturaleza audiovisual. La puesta en escena, el montaje del director, pesan más que la solidez del discurso. La videoteca resulta siempre un recurso más productivo y cómodo de consultar que la hemeroteca. Y más demoledor, llegado el caso.
  • Viralidad: el oficio del candidato en campaña consiste en la correcta emisión del mensaje al que confía su elección. Pero, después de décadas de desencanto, este discurso en estado puro genera rechazo en el elector. La comunicación política se hallaba en un punto muerto técnico hasta descubrir que el éxito del mensaje en Internet nace de la mutua recomendación entre los usuarios. El carácter viral de las redes salva la resistencia del auditorio cuando el mensaje no parece proceder directamente del político, sino de un emisor indirecto que, a mayor abundamiento, pertenece a nuestro círculo afectivo.
  • Emotividad: ya no se necesita ser todo un experto en medios para emitir buenos mensajes en la Red. Existen completos paquetes de edición que ofrecen miles de combinaciones de imágenes y sonidos para estimular el vehículo sentimental del receptor. Se obtiene así un producto perfectamente enlatado, precocinado y predigerido, apto para el gran consumo de masas por más que apenas supere los subniveles de la comida basura.
  • Ciberactivismo: la obsesión del político convencional es mantener la sensación de normalidad, orden y paz social. Cuanta con que los descontentos abandonan todas sus luchas callejeras, sea por agotamiento o por la contundencia de las fuerzas del orden… establecido. La situación cambia radicalmente cuando el activismo se practica desde la comodidad del hogar, frente a la pantalla del ordenador, con una lata de cerveza y una pizza. Esas cibercampañas pueden durar semanas y resultar devastadoras. Resulta más efectiva la firma electrónica de una petición, si esta ha alcanzado el rango de lo viral, que cualquier pancarta desplegada bajo la lluvia, el frío y la amenaza de la intervención policial.
  • Fin de la subordinación informativa: pocos efectos devastadores de Internet pueden equipararse al sufrido por los medios tradicionales de comunicación y, muy especialmente, por la prensa escrita. En un primer momento, los digitales gozaron heredaron toda la credibilidad que estos habían ido perdiendo. Pero la tercera fase de este movimiento se caracteriza por la confianza en la noticia espontánea, tomada directamente de la fuente sin tratamiento profesional de ninguna clase y, en consecuencia, sin el tamizado prescrito por una línea editorial. El poder político ha perdido control sobre la información, y la información es poder.

Tal podría ser el decálogo de los activistas políticos en la Red, esos “nuevos sofistas digitales” surgidos en la penumbra de la realidad política sobrevenida tras el vaticinado ocaso de las ideologías.


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