Tampoco se entiende en ocasiones por el pueblo cómo quienes no se han separado de manera radical de una organización terrorista como ETA puedan ejercer la representación legítima ante las instituciones, y hacerlo a placer; o cómo quienes han perpetrado horribles delitos en Cataluña y contra todos los españoles se ufanan de haber sido indultados tras haber impulsado con eficacia no acciones victimistas de propaganda separatista sino, directamente, acciones de amenaza y chantaje.
Precisamente por eso es tan importante entender y valorar el oficio de jurista. Por eso es tan relevante conocer el papel del juez y del abogado, del procurador y del fiscal, del abogado del Estado pero también del notario, del registrador pero también del letrado de las Cortes o del Consejo de Estado… y, desde luego, es fundamental que los profesionales de mañana tengan claro y definido su camino hoy.
De ahí la pertinencia de la Guía práctica para estudiantes de Derecho que acaba de editar Lefebvre y que dirige Alberto Cabello, presidente de la Agrupación de Jóvenes Abogados de Madrid. Disponer de una herramienta útil que ayude a comenzar la vida profesional con buen pie significa colocar ya a disposición de quienes inician su andadura en el mundo jurídico unos carriles que les permitan transitar con velocidad y paso firme.
Hoy, que constantemente se hace alusión desde los medios de comunicación de masas y en el seno del propio mundo empresarial a las nuevas profesiones, desterrando las que conservan resonancias tradicionales (aun resultando vitales) o han sido superadas, vale la pena reivindicar, desde sus principios, el oficio de jurista; y hacerlo desde un ángulo, por qué no y también, eminentemente pragmático.
Escribió ya hace más de medio siglo uno de los grandes civilistas españoles, Federico de Castro y Bravo, que el abogado, colocado entre su deber de servidor del Derecho y su carácter de interesado defensor de las pretensiones de sus clientes, ejerce la más difícil de las profesiones libres, pues “no hay empleo en que más se necesite rectitud de intención, verdad, fidelidad, consumada prudencia y pureza de costumbres”.
Fuere o no la que entraña más dificultad, es, sin duda, de las que con diferencia, y en función de su propia calidad en su ejercicio, marca el estado que atraviesa el imperio de la ley en cualquier democracia: en su debilidad lamentable y frustrante o, por el contrario, en su aspiracional e imprescindible consistencia.