El paso por España de Juan Carlos I ha dejado imágenes de afecto, de cariño, incluso de exaltación. También de indiferencia, a pesar de que ésta se manifieste a través del silencio; e, igualmente, de odio, de desprecio, de exigencias de la extrema izquierda y de otras izquierdas hipócritas al monarca para que dé explicaciones, para que no vuelva a pisar nuestro país, para que deje de manchar nuestra democracia.
Juan Carlos I no ha sido condenado por ningún tribunal, a pesar de que el “populismo punitivo” de las masas tenga como obsesión contra su persona ajustar cuentas y pasarle factura. La pregunta es: ¿cómo es posible que esa extrema izquierda y esas otras izquierdas hipócritas no pidan cada día explicaciones a Chaves y Griñán? ¿Cómo es posible que no les exijan que abandonen nuestro país para no volver nunca? ¿Cómo es posible que no les imploren para que dejen de manchar nuestra democracia? ¿Cómo es posible que esa izquierda extrema y esas otras hipócritas izquierdas no vuelquen su odio y sus insultos contra quienes sí han sido condenados?
El “populismo punitivo” vive de exaltar las bajas pasiones, de animar el sectarismo, de impulsar la ignorancia, de crear un caldo de cultivo para la manipulación entre las mentes más cortas, obtusas o desconectadas; y está precisamente en las antípodas de los signos de desarrollo cualquier sociedad avanzada que se precie.
Urge en España un diagnóstico del fenómeno y, sobre todo, una respuesta consistente. El embotamiento, el atontamiento y las tendencias reaccionarias de quienes hoy (sin haber tenido en su vida oficio ni beneficio) se aúpan a altos cargos del gobierno y el Estado van mucho más allá, en sus daños y secuelas, del debate Monarquía vs República. Infinitamente más allá.