En segundo lugar, queda a las claras la sensibilidad de esta clase de gobernantes circunstanciales, temporales, instalados casi de rebote, ante las consecuencias en la población que sus propias y erráticas políticas generan: en otras palabras, la pandilla de la ministra no vio motivo para cortarse un pelo a pesar de que ella y los suyos han abocado a un país entero a una recesión de caballo que está llevando a millones de hogares a una situación de desesperación.
En tercer lugar, y por fortuna, estas actitudes caciquiles, infantiles, propias de individuos vacíos y advenedizos que se ven a sí mismos y siquiera por unos años como nuevos ricos, y cuya traducción está cerca del delito de malversación de caudales públicos, tienen los días contados: dicho de otra forma, bufonadas carísimas para el contribuyente y preñadas de sectarismo, como las protagonizadas en esta última ocasión por esta pandilla, están en el origen del abrupto y profundísimo hundimiento electoral de la marea podemita y otras mareas apéndices, un castigo enormemente positivo si se lee en términos de regeneración democrática.
En definitiva, la gran prueba de la recuperación de nuestra capacidad de crear riqueza, de prosperar, de salir adelante después de la fosa en la que a gran parte del país ha hundido la tropa de aficionados que está al mando de la nave, será la rapidez con que estos comportamientos abusivos, irregulares y presuntamente delictivos sean corregidos y erradicados. La oposición tiene tarea; los tribunales, posiblemente; y, sin duda, la ciudadanía, que debe introducir un sentido de urgencia para descabalgar a quienes actúan, impúdicamente, como bandoleros.