Con excesiva y fatal frecuencia se ha malacostumbrado la sociedad española a padecer el zarpazo de la prevaricación de la mano (del puño acaso) de sus dirigentes. Individuos que, desde el poder, incumpliendo miserablemente sus obligaciones como servidores públicos, proceden de manera infumablemente arbitraria en asuntos administrativos o judiciales o directamente políticos de enorme calado; y esto, a sabiendas de que lo hacen no sólo de forma injusta sino dejando la ley en mero papel mojado y, con ello, el Estado de Derecho a los pies de los caballos. Sólo desde la total amoralidad, desde la situación actual de un partido en descomposición y drogado de sus poltronas okupadas y desde el desprecio olímpico a los ciudadanos, puede entenderse la ofensiva socialista para que quienes han robado 680 millones de euros a los españoles de toda clase y condición, empezando por los parados andaluces, no sólo no pidan perdón sino que queden absolutamente impunes.
La desvergüenza de Felipe González y Rodríguez Zapatero obliga a tirar de la memoria para encontrar, en los peores tiempos precisamente de la corrupción felipista, gestos más despectivos respecto de la población, más viles y ruines, más inaceptables en democracia.
No sería necesario que la familia del expresidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, se movilizase para tratar de evitar su ingreso en prisión si esa entrada en la cárcel no hubiese sido confirmada por el Tribunal Supremo, tras acreditar éste el robo histórico de una cuadrilla de bandoleros, durante años, a un pueblo que, siendo ya víctima, sería revictimizado si los responsables del expolio se fueran de rositas.
El hipotético indulto deja de nuevo retratados a españoles de primera y de segunda, a politicastros que se creen por encima no sólo del Bien y del Mal sino del propio ordenamiento jurídico, a representantes de medio pelo con infinita capacidad de agredir a sus representados buscando o amparándose en el gratis total, en la barra libre.
En cualquier país sano que se perpetrase (si quiera en grado de tentativa) esta canallesca maniobra, la intención de voto del partido gamberro se desplomaría en millones de votos. Vuelve a quedar la duda, cada día más cerca de ser despejada, de si España por fin se levantará (no sólo en las generales, sino también en las autonómicas y locales) contra esta forma de ejercer el poder, más propia de dionis y miserables atracadores de incalificable pelaje.
Si (
No(
