Una cosa es que esas formaciones contribuyan al pluralismo político, a la concurrencia a la creación y manifestación de la voluntad popular y sean un instrumento fundamental de la participación, y otra totalmente opuesta es que se corrompan, que ansíen el lucro, que comparezcan dopadas ante los ciudadanos.
Pero no todo se reduce al campo del Derecho Penal Económico. Hay otras formas de adulterar procesos electorales, y una de ellas es usando para ello el dinero público, a cielo abierto. En este sentido, sólo pueden catalogarse de alarmantes -nada sorprendentes, eso no- los esfuerzos del presidente del gobierno por valerse de los caudales de todos y cada uno de los ciudadanos, a través de los Presupuestos Generales del Estado, para hacer campaña.
Así, vemos como de un tiempo a esta parte, y a poco más aún de un año de la convocatoria de comicios generales (antes, en primavera, vendrán locales y bastantes autonómicos), se ha multiplicado la aprobación de medidas, de iniciativas, de paquetes de ayuda, de subsidios… en muchos casos de limosna pura y dura que, entre otros fines (y desde luego efectos) tiene innegable cariz electoral.
En efecto. Las resonancias pueden ser más bien tercermundistas, o en todo caso de un país subdesarrollado o en vías de desarrollo, pero la realidad es la que es: hay una parte de la sociedad que traga, que aprueba, que no ve mal que se le arrojen migajas para paliar sus dolores económicos y que, en cambio, no termina de entender que infinitamente mejor (superior en todos los órdenes) a la amortiguación de la pobreza es la generación de riqueza.
El bloque socialcomunista se ha percatado definitivamente de que éste no es su fuerte, que no sabe, que no tiene capacidad, que adolece de falta de energía para la remontada, y en parte ha tirado la toalla. Sólo le resta, a la desesperada, fundir dinero público para (digámoslo sin tapujos ni medias tintas ni contemplaciones) comprar votos. ¿Va a ser el pueblo español, de nuevo, víctima de dirigentes que se aferran a estrategias, tácticas y maniobras, en definitiva caciquiles, para salvar su poltrona y su nómina? Las dudas, nos pongamos como nos pongamos, son lamentablemente más que serias.