Históricamente, los ignorantes han intentado disimular o pasar desapercibidos o esconder sus carencias por simple vergüenza. Pero la ignorancia y la incultura, en un fenómeno ciertamente novedoso y repugnante, hoy en la política española se exhiben a gritos, sin pudor ni reparos, sin el menor aseo intelectual porque “quod natura non dat, Salmantica non praestat”. No hay un solo país del mundo, desde luego en el marco de las democracias avanzadas y en la parte del globo económicamente y en términos de Estado de Derecho desarrollada, en la que una simple cajera de supermercado -dicho sea con todos los respetos-, una chica que no conoce oficio ni beneficio en su vida entera, aupada a un ministerio de carambola, se dedique a recriminar y aleccionar sobre jurisprudencia y legislación a jueces y magistrados, consagrados algunos durante tres o cuatro o cinco décadas (¡medio siglo!) al estudio del Derecho y la Ciencia Jurídica.
Es el comunismo en acción, pero igualmente es una versión novísima del analfabetismo que ha cundido entre nuestros cargos públicos y a la que es imposible acostumbrarse. Primero, por lo que significa de desviación y hasta de corrupción en el ejercicio precisamente de la función pública. Segundo, porque lo lógico en una sociedad civil madura es precisamente que ésta salte como un resorte en las urnas para drenar a dirigentes, en tantos aspectos, residuales.
La combinación del comunismo, el sectarismo y hasta la maldad está originando un daño terrible a la España ya casi de 2023. Más, porque quienes protagonizan y enarbolan tal infecta conjunción se están encontrando enfrente con un liderazgo en la oposición apenas existente: no desde luego en la presencia, en la fuerza, en la contundencia, en definitiva, que reclama el más elemental sentido común y hasta el sentido de la urgencia.
Quedará para los Anales de la Historia, seguro, que por un sinfín de desatinos y por las razones que a nadie escapan, la citada cajera tuvo bajo su mando y competencia la gestión de decenas de miles de millones de euros de un Ministerio total y absolutamente prescindible.
Parece que la mayoría absoluta de los ciudadanos se ha dado cuenta. Por fin. ¡Hasta Joaquín Sabina! Sólo resta por determinar cuándo y cómo esa mayoría harta de indocumentados y descerebrados (radicalmente insensatos se les mida -en su diminuta estatura- por donde se les mida) les expulsará de esos sitios a los que, en condiciones de normalidad, jamás debieron llegar… ni remotamente acercarse.