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TITÁN DE LA JUSTICIA SOCIAL Y UNA DE LAS FIGURAS CLAVE EN LA TRANSICIÓN

A Nicolás Redondo Urbieta, luchador cabal y rebelde con causa (justa)

Nicolás Redondo contaba con 95 años en el momento de su fallecimiento.
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Nicolás Redondo contaba con 95 años en el momento de su fallecimiento.

· Por Edward Martin, corresponsal en Barcelona de ElMundoFinanciero.com

By Edward Martín (Corresponsal en Barcelona)
sábado 07 de enero de 2023, 10:55h

Hace apenas cuarenta y ocho horas, nos ha dejado un titán de la justicia social. Si cierro los ojos, le veo compartiendo una imaginaria tertulia en el cementerio civil de Madrid con el “abuelo” Pablo Iglesias Posse, Enrique Tierno Galván y mi querido Lorenzo Campos Arribas. Hacía bastante tiempo que Nicolás vivía alejado de la vida pública, pero jamás de lo que el compromiso con los valores éticos y morales, que había aprendido de sus mayores, significaba. Hasta el último instante de vida, estuvo al tanto de la actualidad política -nacional e internacional- y sus derivadas. Aparte de una hoja de servicios sin mácula, nos ha dejado unas cuantas reflexiones en forma de entrevistas (escritas y también grabadas en video) que, convenientemente compiladas y analizadas, conforman un auténtico manual de estilo sobre cómo ser de izquierdas ayer, hoy y mañana. Sin un atisbo de sectarismo. Con una visión global profunda, bañada en realismo. Con sumo respeto al discrepante, tratando de comprender la actitud e ideario de quien no piensa como uno, ya que es de quien realmente se aprende (como bien decía Antonio Antón García, militar republicano, preso político, afiliado a UGT desde 1931 y, además, mi añorado y difunto tío abuelo).

Nicolás Redondo Urbieta (Baracaldo, 1927 - Madrid, 2023) ni supo, ni quiso hacer otra cosa que actuar en consecuencia. Cuando consumó su retirada de la secretaría general de la Unión General de Trabajadores (UGT), evitó todo protagonismo intempestivo y fútil. Nada de festines para un ego que ya estaba absuelto en el nombre de un padre, un hijo y un espíritu santo laicos encarnados en la persona de Pablo Iglesias el bueno (Posse, de segundo apellido). En las contadas ocasiones en las que hablé con él, siempre me recibió con afecto y amabilidad. He de decir que me cautivaron su agudeza de análisis, su prudencia, su fino humor y una sonrisa que irradiaba calidez, sugería timidez y también cierta sana picardía forjada en la escuela de la vida.

Él, que optó por liderar la UGT renunciando oportuna y generosamente a ser secretario general de un Partido Socialista Obrero Español (PSOE) renovado y tutelado desde fuera por terceros, se sabía depositario y deudor de una cultura y un código de comportamiento aprendido de un “pablismo” heredado de sus mayores que se expresaba en forma de serenas reflexiones, austeridad y entrega absoluta a la causa. Fue un obrero autodidacta, culto y discreto. De igual modo, un firme opositor a cualquier radicalismo que no fuera la defensa de un ideario que ponía el acento en la defensa de los derechos, sin descuidar la necesaria asunción de obligaciones. Asimismo, en la esfera política, Nicolás destacó como “evolucionario”, esto es, partidario de evolucionar sin abandonar los principios básicos esenciales. Hombre de partido, escrupulosamente leal con los mandatos congresuales del PSOE, dejó claro lo que para él significaba ser un socialista con profunda vocación democrática, la que debe velar por defender y mejorar la dignidad de las condiciones de vida de una clase trabajadora amplia, plural y transversal, a través de una táctica gradual reformista y una estrategia bañada en sólidas bases morales, realismo y sentido común.

Por convicción, Redondo siempre apostó por un sindicalismo de servicios, con vocación y esencia negociadora. Muy alejado de izquierdismos pueriles y alaridos demagógicos. Mientras otros trataban de medrar y agradar a un gobierno del PSOE con mayoría absoluta y rodillo fácil, él no se movió ni un centímetro de un planteamiento ideológico socialdemócrata de corte clásico (que no anticuado) frente a la deriva neoliberal de un gabinete González que se asemejaba cada vez más a un híbrido entre la cuadriga de Judah Ben-Hur y la propia del abominable Mesala.

En el marco de una vida entregada a la lucha político-sindical y a las conquistas sociales, cabe destacar que, mientras las circunstancias lo permitieron, Nicolás fue diputado a Cortes en las listas del PSOE por la circunscripción de Vizcaya, obteniendo su acta de diputado en las sucesivas convocatorias electorales de 1977, 1979, 1982 y 1986. A lo largo de su largo periodo al frente de la UGT, el sindicato reformó su estructura y experimentó un notable crecimiento en número de afiliados cuya traslación inmediata, en términos de representatividad, fue convertirse en la primera fuerza sindical en 1982. La clave residió en hacer una fina lectura política de las necesidades del momento. Con él al frente, la central sindical de inspiración socialista esgrimió un talante pragmático, esencialmente negociador y concertador que condujo a la suscripción de varios acuerdos (por este orden: AMI, ANE, AI, AES) con las asociaciones que representaban a las patronales y que fueron suscritos también por gobiernos de diferente color político. El sello Redondo de calidad impregna por completo una labor ugetista cuya contribución fue decisiva en el alumbramiento del Estatuto de los Trabajadores. Chapeau!!

En el transcurso de los dieciocho años en que estuvo al frente de los destinos de la UGT (entre abril de 1976 y abril de 1994) fue testigo privilegiado y activo de una singladura histórica que recorre las postrimerías de la dictadura franquista, la transición democrática y su consolidación e incluye tres legislaturas con gobiernos socialistas en el poder. En clave estrictamente doméstica, hay que destacar que Nicolás realizó una contribución que resulta más que evidente cuando se lee con detenimiento el programa electoral (cuyo lema principal era “Por el Cambio”) con el que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) consiguió un triunfo electoral fulgurante en las elecciones del 28 de octubre de 1982, y que se tradujo en una mayoría de 202 diputados y 134 senadores.

Durante la flamante primera legislatura de gobierno socialista (1982-1986), la UGT de Nicolás Redondo hizo gala de un acusado sentido de estado, brindando un apoyo férreo al ejecutivo de Felipe González, con la esperanza puesta en la combinación simultánea de crecimiento, creación de riqueza y reparto. Al ver su depósito de confianza vacío, el descontento y la consiguiente contestación sindical no tardaron en llegar. Las consiguientes y lógicas tensiones no harían sino crecer hasta culminar en un enfrentamiento abierto entre las organizaciones hermanas. Las políticas económicas practicadas por el equipo económico del gobierno del PSOE consagraron una nociva influencia neoliberal (por contagio) acompañadas de gestos de desdén y desprecio intelectual infundados, maleducados y gratuitos hacia Redondo que la prensa más servil de la época se encargó de amplificar al dictado.

Lejos de darse por aludido ante tal campaña de infamias, cuando un hombre hace honor a la letra H la respuesta no puede sino venir de la loable coordinación entre su cerebro y su coraje. Las cada vez más frecuentes desavenencias entre la UGT y el PSOE encuentran su fiel reflejo en la coherente y lúcida firmeza de un Nicolás Redondo que, en sede parlamentaria, votó contra la reforma de las pensiones en 1985 y renunció, al igual que su compañero de responsabilidades sindicales Antón Saracíbar, a su escaño como diputado a Cortes por el PSOE. El cénit del desencuentro entre un PSOE que deseaba un sindicato hermano sumiso y acrítico ejerciendo de brazo sindical gubernamental y una UGT que se oponía a las medidas implementadas por el equipo económico del gabinete González, acabaría fraguando la convocatoria de la huelga general del 14 de diciembre de 1988, reforzando así la autonomía de la UGT tras certificarse la ruptura de la eficaz entente familiar partido-sindicato que, desde 1898 (año de la fundación de UGT) había constituido una de las señas identitarias del proyecto político socialista español.

Frente a las políticas alentadas desde el Ministerio de Economía y Hacienda por Miguel Boyer y Carlos Solchaga, sucesivamente, proclives a abrir la contratación laboral a la temporalidad inaugurando una senda de inestabilidad que llega hasta fechas muy recientes, la UGT esgrimió una Propuesta Sindical Prioritaria que consagró la unidad de acción con el otro gran sindicato de clase, Comisiones Obreras (CCOO), mientras evitaba descuidar los compromisos con una tradición socialdemócrata adaptada a las circunstancias históricas españolas y coherente con su lectura de la coyuntura económica del momento. Y fue Nicolás Redondo quien con su prestigio -reconocido tanto por partidarios como por oponentes ideológicos- de persona realmente austera, sensata y humilde quien plantó cara a la arrogancia creciente de la dirección del PSOE y del ejecutivo socialista. Y lo hizo ejerciendo una defensa del Estado del Bienestar mesurada y certera que no distaba ni una pulgada de las tradicionalmente implementadas por la acción de gobierno de los partidos socialdemócratas en países de obligada referencia como Suecia, Alemania o Reino Unido.

Entretanto, los casos de corrupción se sucedían en cascada y empezaban a minar muy seriamente la credibilidad de un gobierno socialista y de un PSOE que ni sabía, ni podía dotar de contenido a ese “Cambio del Cambio” abanderado por Felipe González en la que sería su última victoria electoral, en junio de 1993. Mientras un Partido Popular debidamente “aznarizado” y “desfraguizado” calentaba motores y se preparaba para efectuar la sustitución de una mala copia con marchamo socialdemócrata por el original neoliberal, España vivió tres convocatorias de huelga general en las que Nicolás Redondo tuvo una influencia decisiva. La última de ellas tuvo lugar el 27 de enero de 1994, en un contexto especialmente tenso y complicado. La UGT se vio brutalmente golpeada por la crisis de su cooperativa de viviendas (PSV, Promotora Social de Viviendas) y el anuncio de su histórico e indiscutido líder, Nicolás Redondo, de no optar a un nuevo mandato al frente del sindicato (decisión que se vio con buenos ojos desde el gobierno socialista como condición “imprescindible” para avenirse a contribuir a la solución de la crisis de la PSV). Por propia voluntad, Redondo renunció a un nuevo mandato como secretario general y apostó por Cándido Méndez como su sustituto en el Congreso XXXVI de la organización.

Fiel a su ideario personal, el veterano león del sindicalismo pasó a un plano más que discreto rehuyendo todo protagonismo, situándose lejos de los focos de atención y dejando constancia de su parecer sobre la actualidad con una loable mesura que le ha acompañado desde su salida voluntaria de la dirección de UGT hasta que su corazón dejó de latir hace escasas horas. Sin duda alguna, la figura de Nicolás Redondo está indisolublemente unida a la mejor historia política española por su contribución a la recuperación de las libertades democráticas en España, la modernización y la plena integración en la Europa comunitaria. Por sus venas corría la más pura y noble sangre de los obreros socialistas de la margen izquierda del río Nervión. Fue un hombre de una pieza, unido a un destino (margen izquierda, partido de izquierda y sindicato de izquierda) que él honró combinando por un lado, sensatez y coherencia y, por otro, firmeza y templanza.

Como colofón a este homenaje personal a un hombre cuya trayectoria y ejemplo me inspiran profundo respeto y admiración, debo decir que en mis orígenes familiares están presentes la impronta y la ejecutoria de los viejos socialistas españoles, gente de cabeza bien amueblada y recto proceder, que entroncan directamente con la vida y la obra de los hombres de bien que fueron Redondo y sus mayores (socialistas democráticos también). Mientras yo viva, Nicolás estará -junto a mis mayores- alojado en mi corazón y muy presente en mi memoria. Su nombre está inscrito, por mérito, lucidez y capacidad, en la ilustre lista que incluye a los rebeldes con causa más cabales, coherentes y comprometidos. Que la tierra le sea leve. ¡Hasta siempre, Compañero!

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