Es el caso del ametrallamiento público que Yoli Díaz (cuyo ego se desconoce por qué crece cada día de manera tan inmotivada y ridícula) ha ordenado de figuras como las de Montero, Echenique, Belarra, y, en general, de todos aquellos integrantes del núcleo duro (hoy caído en desgracia) que en su día se arremolinaron en torno al líder de la coleta: Iglesias.
Quizá lo más patético sea, de una parte, que no se trata de un giro doctrinal, de un viraje estratégico, de enterrar lo viejo (la propia Yoli forma parte de lo antiguo) para presentar y elevar nuevas propuestas a la ciudadanía. Se trata de una operación de venganza, de una purga, de pasar por el cuchillo al que hasta ahora tenía, casi en monopolio, el rodillo en la mano.
Pero hay algo más truculento y penoso: los ‘líderes’ a los que la nueva jequesa de la extrema izquierda pone con las maletas en la calle son individuos que no tienen donde ir porque de ningún sitio venían. Los defenestrados, uno por uno o en amalgama, conforman una alineación de piezas que han acreditado ser perfectamente inservibles para la sociedad, sin beneficio ni oficio conocido, auténticos mediocres que durante años han estado parasitando el bolsillo de los españoles, viviendo del sudor de la frente de los ciudadanos… y que se revolverán, apelando a lo imposible, para mantenerse de algún modo enganchados a la ubre del Estado: se han instituido en meros aspersores de rencor y odio.
Es la desgracia de los señalados por la Gran Purga de Yoli, de esos saboteadores o disidentes de su nuevo liderazgo. Pero es un pequeño consuelo para la población en general, que se librará de quienes han operado como verdaderas garrapatas de un cuerpo social al que, hasta ahora de manera implacable, han miserablemente debilitado.