Desde que Felipe VI propusiera a don Alberto Feijóo como candidato a la presidencia del Gobierno, también la clase dirigente española puede alardear de haber encontrado su Ethan Hunt, protagonista de la saga Misión Imposible. Porque el encargo monárquico de conformar una alternativa al Frankenstein engendrado por el actual secretario general del PSOE es tarea inalcanzable y utópica. Las matemáticas nunca han sido una opinión, y de momento el líder popular congrega 172 preferencias, faltándole seis votos para alcanzar la mayoría absoluta.
Nadie cuestiona la impetuosa necesidad de conseguir una alternativa a las triquiñuelas a las que nos ha acostumbrado Pedro Sánchez. La estructura parlamentaria, y por ende el sistema democrático, requiere de una clase política que despunte por sagacidad, lucidez y responsabilidad con los valores constitucionales. Razón por la que difícilmente se entiende la testarudez del gallego en interpretar el papel de James Dean en una versión politizada de Rebelde sin Causa.
Como indicado, sobran razones para impedir que Sánchez revalide su mandato presidencial. Fíjense en las palabras de Josep Borrel, que respaldó al madrileño al enfrentarse a Susana Díaz en las primarias de 2017. El alto representante de la UE para Asuntos Exteriores lamentaba en El País que “la formación de Gobierno dependa de alguien que afirma que la gobernabilidad del Estado le importa un carajo”. En un mundo ideal Feijóo debería postularse como alternativa, pero siempre que le acompañen los números y lidere un proyecto consolidado y firme.
Sin embargo, el líder popular capitanea un barco a la deriva similar al Costa Concordia, hundido por la ineptitud del tragicómico Francesco Schettino. Vox protagoniza en esta comedia berlanguiana el aliado indeseado pero necesario. Desde la calle Génova intentan minimizar las tiranteces con la formación ultra conservadora, pero son conocidos los encontronazos verbales entre dirigentes municipales y autonómicos de ambos partidos. Tampoco es un misterio que Feijóo se sentiría mucho más cómodo sin la obligación de necesitar los 33 escaños cosechados por Santiago Abascal.
El ex presidente de la Xunta gobernó durante trece años con mayoría absoluta. Se acostumbró a depender únicamente de sí mismo, una situación ideal para cualquier mandatario pero que desvirtúa el significado de democracia. El arte de la buena política no puede definirse como “cabalgar contradicciones”. La frase pronunciada por el desaparecido Pablo Iglesias es antagónica a las enseñanzas de Montesquieu, Rousseau y otros ilustres filósofos y juristas.
Pero ante la mediocridad generalizada de nuestra clase dirigente, nos conformamos con el recordatorio de Josep Tarradellas y la obligatoriedad de sortear la ridiculez. Una advertencia que Feijóo no parece haber entendido. Su empeño en citarse con representantes de JxCat y PNV intentando lograr el apoyo necesario le expone a un espantajo totalmente innecesario. La formación liderada oficiosamente por el fugado Puigdemont de ninguna manera le facilitará la investidura, y en el partido han sido numerosas las negativas a que se produzca cualquier acercamiento, máxima desde la filial catalana. Una versión actualizada del Pacto del Majestic es absolutamente utópica.
Los jeltzales no tendrían ningún reparo en dialogar con los populares, y quizá apoyar al gallego, si los de Vox no formaran parte de la ecuación. La mayoría progresista invocada por Yolanda Díaz es una quimera. Ni los posconvergentes, y mucho menos el PNV se sitúa ideológicamente en el lado izquierdo del consistorio. Además las relaciones entre los de Andoni Ortuzar y los acólitos del fugado son prácticamente inexistentes desde que Puigdemont ninguneara cualquier sugerencia en octubre de 2017.
También cabe recordar la necesidad en Sabino Etxea de recuperar protagonismo. La izquierda abertzale el 23 de julio ha logrado consolidarse como primer interlocutor del nacionalismo vasco en Madrid. Nadie cuestiona la habilidad negociadora de Aitor Esteban, el aforado que mejor se expresa en el Congreso, pero de cara a las autonómicas de 2024 EH Bildu sale mejor posicionada gracias también a la falta de escrúpulos del mandatario en funciones. El PNV siempre ha sabido jugar sus cartas y moverse en los pasillos del Congreso como Pedro por su casa, sin embargo la obligada participación de VOX echa por tierra cualquier atisbo de entendimiento.
Alguien podría objetar que en política todo es posible. Recordemos el disparatado e ilógico mandato de Giuseppe Conte desde junio de 2019 hasta agosto de 2020 sustentado en un gobierno con representantes del Movimiento 5 Stelle y de la Liga de Matteo Salvini. Trazando un paralelismo equivaldría a un acuerdo entre Yolanda Díaz y Santiago Abascal. Virtuosismo itálico. Asimismo, nadie daba credibilidad a la moción de censura contra Mariano Rajoy en verano de 2018. Sin embargo el líder popular fue defenestrado a raíz del giro estratégico del PNV y la resistencia de Marta Pascal a las invectivas de Waterloo. En ambos casos el afán de poder desvirtuó y condicionó a la baja la labor representativa.
Pero la tarea hercúlea de Feijóo es prácticamente irrealizable. El líder popular necesitará calibrar a la perfección cualquier movimiento. No es del todo descabellado presagiar que tal fracaso aliente movimientos internos críticos con su liderazgo desde la Puerta del Sol. El editorialista Pablo Pombo en un artículo comparaba la situación actual del PP a la de 1993. En aquel entonces José María Aznar mandaba con puño de hierro, actualmente existen fuertes contrapoderes. Feijóo deberá convertir una derrota segura en una victoria futura.
Francesca Armengol se ha estrenado en la presidencia del Congreso fijando el debate de investidura el 26 y 27 de septiembre. La decisión condena al gallego a un peregrinaje sin sentido y otorga a Sánchez el tiempo necesario para maquillar las ineludibles ofrendas a los separatistas. Una vez más el sistema democrático testará su resiliencia. El país necesita una alternativa firme y creíble a los despropósitos y malabarismos de ambos contendientes.
Nunca nos cansaremos de exigir un pacto de Estado entre las principales formaciones constitucionalistas. Resulta surrealista y kafkiano que únicamente se consiga ponerse de acuerdo ante la bochornosa actuación de Luis Rubiales en Sidney.