Su carácter narcisista le lleva a compararse con estos estadistas, imaginando como le recordará la historia. Pero, como todo mediocre que no reconoce sus limitaciones, no es consciente de que la historia, que no es lo mismo que la memoria histórica, siempre dirá que Julio Cesar alcanzó el poder engrandeciendo Roma, mientras que Sánchez estuvo dispuesto a destruir España para alcanzar el poder.
El “equipo olímpico de opinión sincronizada”, estos días, está allanando el terreno para establecer el relato favorable a la amnistía, ya se ocupará después del referéndum de autodeterminación. Según ellos, España es plural y diversa y únicamente su reconocimiento, mediante la aceptación de las tesis separatistas, puede solucionar el “conflicto”, como han demostrado los resultados de 23-J.
Pero si esto es así ¿por qué, cuando se necesita el apoyo nacionalista para formar gobierno, el precio político y económico es cada vez más elevado? Lo que esta vez le exigen a Sánchez, que parece estar dispuesto a pagarlo, exige el reconocimiento de que España no es un estado democrático de derecho, sino que es un estado opresor que tiene sojuzgados a los catalanes. Por tanto, consecuencia inevitable es la aceptación de un referéndum de autodeterminación.
Las políticas de apaciguamiento que implican, no sólo la rendición sino, abrazar las tesis del contrario, han demostrado sobradamente su ineficacia en la resolución de conflictos, más bien tiende a agravarlos. Ya hemos tenido y tenemos, por desgracia en Europa, ejemplos que lo confirman.
Alguien cree que, si Pedro Sánchez tuviese decencia o no necesitase a los separatistas para mantenerse en poder, habría, como él llama a mentir, “cambiado de opinión” o se mantendría en lo que el mismo dijo: “Traeré a Puigdemont ante la justicia”. El problema es que esta vez no se trata de favorecer a los señores feudales de siempre, se trata de establecer las bases para liquidar España. Si, aunque Bolaños diga que no, como dice Felipe González, el “sanchismo-zapaterista” ha destruido los cimientos de la convivencia, aunque estos indocumentados no se den o, cegados por el ansia de poder, no quieran darse cuenta.
Mi concepto de democracia no tiene nada que ver con el de estos populistas, tanto de izquierdas como de derechas. Pero hagamos un ejercicio lúdico, aunque terrorífico, pongámonos en el estrecho margen mental de los independentistas y sus “apaciguadores”.
Si Pedro Sánchez sigue en el poder, con una situación cada vez más débil ante el independentismo, es cuestión de tiempo que los dirigentes nacionalistas de Cataluña, País Vasco y no sabemos quién más, alcancen sus objetivos. Ahora bien, en una república catalana independiente, no es descartable que los dirigentes del Valle de Aran, con el mismo derecho a la autodeterminación, deciden utilizar sus recursos para adoctrinar a sus ciudadanos hasta llegar a sumar la mitad más uno. En este caso Puigdemont, el “gran demócrata”, no se opondrá a apoyar sus pretensiones. Pero quien nos dice que dentro de este valle no exista una comarca y dentro de esta un pueblo con las mismas pretensiones. Podemos seguir indefinidamente hasta llegar al paraíso independentista, tengo que reconocer que, llegados a este punto, es también mi sueño: la autodeterminación de los más de 47 millones de ciudadanos españoles. Que mayor pluralidad y diversidad que la que constituye un país de ciudadanos libres e iguales, incluso ante el Estado.
Al finalizar el ejercicio, nos damos cuenta que estamos justo donde empezamos, en un país con una Constitución que desde la Transición ya garantiza los Derechos Humanos.
La nación desde cualquier definición que se aborde, estatalista, primordialista o voluntarista es, como cualquier institución, un constructo humano. Si nuestros dirigentes políticos, comprando las tesis de la minoría independentista, se dedican a socavar el statu quo, en vez de a profundizar en los valores constitucionales, no hacen sino, poner en peligro la libertad y el progreso de los ciudadanos españoles.
Nuestra civilización se enfrenta a un momento decisivo, estamos en el punto de mira del resto, cuyo único objetivo es acabar con occidente y lo que representa. Con el agravante, además, de la existencia de grupos ideológicos que desde el interior les apoyan. Y nuestros políticos, en vez de contribuir a construir y liderar los Estados Unidos de Europa que, junto a EE. UU y el resto de países occidentales, son necesarios para defender la democracia y la libertad, se dedican a mirarse el ombligo y a intentar perpetuarse en el poder a toda costa.
Los 40 años de “selección inversa” que han llevado a cabo los partidos políticos, donde el líder elige a los dirigentes, no en base al mérito y la capacidad sino, a su sectarismo y obediencia ciega, han rebajado el nivel de nuestra clase política a mínimos impensables hace unos años.
Pero, no podemos engañarnos culpabilizando únicamente a la clase inane de dirigentes que actualmente nos gobiernan. Los ciudadanos, también somos responsables por no castigar el sectarismo, la incapacidad y la mentira con nuestro voto. Debemos entender que la política es demasiado seria como para dejarla en las exclusivas manos de los políticos. Ha llegado el momento de los ciudadanos, debemos aceptar nuestra responsabilidad, organizarnos y ponerles límites al Estado y los políticos que lo gobiernan. No podemos seguir permitiendo que los políticos actuales pongan sus intereses por encima del de los españoles.