ERC se enfrenta a una perversa disyuntiva. Seguir fortaleciendo la relación de interés mutuo con el actual inquilino de la Moncloa y los socios de gobierno o prescindir del disfraz pujolista y regresar a la ortodoxia de los Puigcercós, Barrera y Carbonell. Un maximalismo ideológico y estratégico que invalidaría la radicalización de JxCat y desgastaría a su capitoste en Waterloo.
Para comprender mejor las aciagas relaciones entre los dos partidos hegemónicos del separatismo catalán es necesario regresar a la primavera de 2015. Entonces la extinguida CDC y las plataformas Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural (OC) tendieron una calculada emboscada al líder republicano. Junqueras no era nada partidario de formar una sola lista, luego denominada JxSí, que concurriera a las elecciones autonómicas del 27 de septiembre. Pero las amenazas cruzadas y su profunda fe religiosa le convencieron a dar la otra mejilla.
El delicado equilibrio se desmoronó una vez que Artur Mas fue enviado al basurero de la historia por la Candidatura de Unidad Popular. La ejecutiva convergente apostó por el entonces anónimo regidor de Girona y se desenterraron las hachas de guerra. Nunca hubo complicidad entre Junqueras y Puigdemont y los puñales volaron a diario en la sede de la Generalitat. Un ex asesor de la Consejería de Presidencia explica que “ambos líderes siempre querían ser acompañados durante las reuniones por sus colaboradores más estrechos, se grababan mutuamente a escondidas, la desconfianza era total y absoluta y la tensión insoportable”.
Las suspicacias y los recelos se extendieron también a otros departamentos y afectaron la cotidianidad de aquel gobierno autonómico. Un alto responsable de la estrategia de internalización reconoce “enfrentamientos diarios entre la Consejería de Asuntos Exteriores” y el consorcio público “Diplocat (…). Romeva y Albert Royo se boicoteaban, invertíamos más energías en aparentar una sinergia operativa que en reforzar los vínculos estratégicos con actores comunitarios”.
Desde JxCat continúan desacreditando semanalmente la labor de la consejera Meritxell Serre al afearle incompetencia profesional y nulo quehacer diplomático. El ilustre fugado siempre ha querido monopolizar la actividad internacional en detrimento de los organismos competentes como las delegaciones. Una campaña orquestada desde Waterloo y que se extiende también a nivel parlamentario con el propósito de desgastar a Pere Aragonés. Las invectivas de Alber Batet, portavoz de JxCat en el hemiciclo regional, suelen hacer más daño que las tibian intervenciones de Salvador Illa o las sagaces arengas del popular Alejandro Fernández.
ERC salió trasquilada del agitado otoño de 2017. De nada sirvieron las teatrales lágrimas de Marta Rovira o los mensajes virtuales de Gabriel Rufián. Puigdemont optó por una tragicómica declaración unilateral de independencia y rentabilizó la fuga a Bélgica imponiéndose electoralmente a Junqueras en los comicios de diciembre. Desde entonces la percepción es que los republicanos siempre han ido a remolque de los junteros a pesar del viraje estratégico y la adaptación de la estrategia pujolista del peix al cove. Un modus operandi que no ha cuajado en las nuevas generaciones republicanas y ha sido criticado por el sector más radical de la formación.
Tampoco el sacrificio carcelario ha proporcionado a Junqueras mayor ascendencia sobre el electorado independentista. El más que probable regreso del fugado gerundense invalidaría la calculada estrategia del republicano para suceder a Aragonés al frente de la Generalitat. Siempre que Puigdemont no anteponga la tranquilidad de una cómoda jubilación, pensión vitalicia al cumplir los sesenta y cinco años, a cualquier responsabilidad institucional. Una persona de la máxima confianza del europarlamentario detalla que “anhela volver a Girona, disfrutar de la familia, amigos y seres queridos y escribir libros”.
El economista también deberá guardarse del regreso de Marta Rovira y de la ambición del mismo Aragonés. El segundo querrá alargar el mandato presidencial, y la vicense rentabilizar su fuga a Suiza con mayores cotas de poder. En 2019 recibió una misiva desde Waterloo invitándola a sumarse al proyecto juntero, pero los ofrecimientos económicos no fueron los esperados y tampoco garantizaban una cómoda vida en la exigente Ginebra.
Por las razones esgrimidas la única forma que tiene ERC para espantar la amenaza del regreso de Puigdemont es sustituirlo momentáneamente. El peso de sus siete diputados es el mismo de JxCat, de tal manera que le aconsejamos incrementar el coste de la investidura. Siempre podrán echar en cara a los junteros el acuerdo firmado con el PSC en Sabadell y desautorizarían las acusaciones de traición del sector más visceral del separatismo liderado por Dolors Feliu (ANC) y el tándem Josep Costa y Dante Fachín, el Gordo y el Flaco de la tragicomedia independentista.
Marc Solsona, fino analista reelegido alcalde de Mollerusa, en una entrevista al diario Nació Digital explicaba que “si JxCat negocia con Sánchez será equiparado a ERC” siendo el PSC “quién saldrá beneficiado de las negociaciones y del condono penal”. Los republicanos necesitan marcar perfil propio. La discreta reunión entre el anodino Félix Bolaños y el citado Salvadó es más que sintomática.
Mientras tanto alrededor de cincuenta mil personas respondieron a la convocatoria de Sociedad Civil Catalana (SCC) el pasado domingo. Ningún representante socialista asistió, prueba irrefutable de que el denominado sanchismo se ha impuesto a la trayectoria de una formación que ha sido arquitrabe de la consolidación democrática. Sus valores originarios fueron dignamente representados en la manifestación por Francisco Vázquez, ex alcalde de A Coruña y embajador de España ante el Vaticano. La unidad constitucionalista de 2017 ha colapsado y su recomposición tardará en llegar.
Lo desalentador es contemplar cómo los intereses de un arribista se imponen al sentido común y a la responsabilidad institucional. El periodista Ramón de España en sus divertidos artículos nos recuerda que “lo del referéndum y deuda de 450 mil millones de euros es hablar por hablar”. Sánchez alimenta la teoría fantasmagórica de una amnistía como mágico remedio a un conflicto que ni existe ni se lo espera. El ladino Albert Soler recalcaba como “el pobre presidente del Gobierno necesita solucionar el problema catalán, pero antes debe convencernos de que lo tenemos”.
Tanto Junqueras como Puigdemont viven encantados del denominado procesismo. Es probable que ni la cúpula de ERC y tampoco la de JxCat deseen la independencia. Al conseguirla solicitarían el regreso a España por manifiesta incapacidad gubernativa. ¿Y si les ignoramos y nos unimos a Portugal? Eso sí sería todo un éxito.