Mientras tanto los agentes diplomáticos siguen trabajando para evitar que la metástasis afecte todo Oriente Medio. El secretario de Estado americano, Antony Blinken, ha viajado reiteradamente a la región acompañado de otros funcionarios tanto estadounidenses como europeos que trabajan en paralelo intentando evitar la desescalada bélica entre Israel y el grupo libanés Hezbolá. De momento, los avances han sido mínimos y podrían fácilmente verse socavados. Arabia Saudí, en un obligado ejercicio de funambulismo, ha notificado a Washington que no mantendrá relaciones diplomáticas con Jerusalén sin previo reconocimiento de un estado palestino cuyas fronteras datarían 1967. Asimismo, el régimen wahabita exige la “inmediata retirada” de los tanques de Gaza y un cese de las hostilidades. Según lo publicado por el diario Jerusalem Post, altos cargos del ejecutivo israelí se opondrían a dar por finiquitada la ofensiva militar.
Otros medios informativos árabes han detallado la propuesta de la organización islamista. Hamás plantea un armisticio en tres fases de cuarenta y cinco días cada una. En un primer momento tendría lugar la liberación de los rehenes israelíes más vulnerables como niños, ancianos y mujeres. Los yihadistas exigen como contrapartida la retirada de las tropas de infantería de los grandes centros urbanos y la excarcelación de los presos. Seguidamente, regresarían los secuestrados varones siempre que los negociadores de las dos partes logren acordar una tregua que entraría en vigor en la tercera y última fase. A su vez Hamás exige el repliegue completo del ejército de la Franja.
Asimismo, el movimiento religioso ha solicitado que durante la primera fase se garantice el ingreso diario en Gaza de quinientos vehículos con ayuda humanitaria y suministro energético. Para albergar los millones de desplazados se calcula sean necesarias sesenta mil caravanas y más de doscientos mil tiendas de campaña. Otra de las exigencias es que se permita a los palestinos regresar a sus hogares y se garantice circular libremente. Como medida preventiva Israel restringió los movimientos del norte al sur del enclave.
Pero los requerimientos afectan también otras zonas geográficas en ebullición. Hamás pretende que finalicen los ataques de los colonos contra la mezquita Al-Aqsa en la capital y que se restablezcan las condiciones de acceso al lugar de culto fechadas en 2002. La emisora Al Jazeera ha informado de la exigencia de que los garantes del acuerdo sean Qatar, Egipto, Turquía, Rusia y Estados Unidos, algo más propio de la ciencia ficción.
Como indicado, algunas de las peticiones encuentran la firma oposición del ala más radical del gobierno israelí. Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas y líder del Partido Sionista Religioso, valora las propuestas como “inaceptables”. Su enroque difiere del planteamiento de otros miembros del Ejecutivo más inclinados a estudiar lo ofrecido. La tensión interna desbarató la reunión entre el jefe de la diplomacia estadounidense Antony Blinken y el general Herzi Halevy, jefe del Estado Mayor, que en un primer momento había sido filtrada a los medios. Aparentemente, el mismo Netanyahu vetó el encuentro por la incomparecencia de un líder político.
No es casualidad que decidieran informar de la cancelación horas antes de que el ministro de Defensa, el halcón Yoav Gallant, anunciara como próximo objetivo castrense el derribo y “la liberación” de Rafah, urbe muy cercana a la frontera con Egipto. Según la inteligencia militar en tal localidad se atrincheran los “más peligrosos” líderes de Hamás. Organizaciones humanitarias advierten de que más de un millón de palestinos viven hacinados en busca de refugio. Las cifras difundidas por el Ministerio de Salud, a las que Jerusalén resta toda credibilidad, son aterradoras. La campaña militar ha ocasionado 27 mil fallecidos y el desplazamiento de casi el 85% de la población. La escasez de agua potable y medicinales estaría provocando una catástrofe humanitaria sin precedentes.
El mismo Blinken, al regresar de Oriente Medio por quinta vez en menos de un cuadrimestre, ha descrito la situación como “la más complicada e inestable desde la guerra de 1973”. La diplomacia estadounidense intenta evitar que la coyuntura implosione y el efecto mariposa tenga graves consecuencias a escala global. La administración de Joe Biden debe buscar encaje a la liberación de los rehenes, amparar un gobierno en la Franja que sea legitimado por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), favorecer el reconocimiento de un nuevo Estado y consolidar la normalización de los Acuerdos de Abraham. Un endemoniado rompecabezas.
El optimismo brilla por su ausencia. Tanto Israel como Hamás se culpan mutuamente por la imposibilidad de alcanzar un pacto de no beligerancia. La organización terrorista fija unas condiciones draconianas que difícilmente serán aceptadas y la más que probable victoria de Donald Trump refuerza el ala más radical del Gobierno de Israel. Netanyahu no se cansa de repetir que la guerra terminará con “una victoria total”, un mensaje antagónico a las plegarias de los familiares de los secuestrados que claman por una liberación “a cualquier precio”.
De nada ha servido la sanción de Wasington a colonos acusados de perpetrar una violencia sistemática contra palestinos en Cisjordania. Es muy probable que tenga un mayor efecto disuasorio el veto en el Congreso a un nuevo paquete de ayudas a favor de Israel. La dependencia de EEUU sigue siendo total y absoluta.