Obsérvese que no podemos recordar nuestras primeras experiencias, aquellas vividas en los primeros momentos, incluso en los primeros años, de nuestra vida; me refiero por ejemplo a la humillante, por desnuda y pringada, ocasión del primer cambio de pañal; y siempre he pensado que ello se debe sencillamente a que hasta que no conocemos algunas palabras somos incapaces de fabricar recuerdos consistentes.
De hecho de nuestros primeros pasos es frecuente que exclusivamente sepamos por quien nos cuidó entonces; y ¿Por qué? Precisamente porque nos lo ha contado con palabras, sin perjuicio de que se haya apoyado con algún elemento audiovisual. Cuando te enseñan por primera vez una foto de tu primera infancia, hasta que no llega alguien con más años para indicártelo, en ella solo ves un anodino bebé; eso sí la emoción que te genera la imagen muta, para hacerte sentir protagonista, cuando alguien te dice las palabras “ese eres tú”.
Luego poco a poco las vas conociendo, te las va presentando el mundo que te rodea; no eres muy consciente de lo que implica su sentido y alcance total, ni falta que te hace. Pero compruebas que sirven por la vía de su uso para preguntar, para descubrir y entender el entorno.
Y tras incordiar con tanta preguntita; al fin llega el que, aunque no lo creas, será el día más provechoso de tu vida, que es el día en que aprendes a leer. Ningún día posterior en cuanto a provecho (no hablo de agrado, gusto, goce, júbilo, fruición, placer, deleite o hedonismo), te habría sido tan satisfactorio, si previamente no hubieras aprendido a leer. Piénsalo bien, muchas de las metas alcanzadas no hubieran sido posibles si antes no hubieras sabido leer.
Leer te posibilita comunicarte con personas que vivieron en tiempos pretéritos, saber cómo pensaban, qué les inquietaba, cuáles eran sus posibilidades vitales. Te permite saber de dónde venimos para comprender quiénes somos. Te sirve para encontrar respuestas sin someter a un incómodo cuarto grado a otros, y lo más importante te permite distinguirte del niño pelmazo. ¡Sí, entérate ya de una vez! Si ya adulto prefieres por ser más cómodo seguir preguntando a leer, te falta madurez. Si te molesta que te lo diga, por lo que a mí respecta, te puedes fastidiar con “J”. Y si te incomoda, es fácil de remediar, basta con leer.
Volviendo a la palabra, y su importancia en la comunicación, diré que no estoy de acuerdo con aquella expresión de “una imagen, vale más que mil palabras”. No le resto un ápice de transcendencia a la potencia de la imagen materializada en un dibujo, retrato o grabado; pero estoy en total desacuerdo con la arbitraria equivalencia de mil una a uno. Y al cateto que ufano y pomposo esgrime esta frase ¿Debemos suponerle que solo ve cine mudo?
La frase “veni, vidi, vici” de Julio Cesar en su carta al Senado romano en el 47 a.c. para desarrollarla con ilustraciones, sin menoscabar lo más mínimo su total y brutal contundencia, precisaría como mínimo de un álbum muy grande lleno de de estampas.
También diré en mi alegato abogando en favor del poder de la palabra que tampoco estoy totalmente conforme con aquello de “Los hechos, no las palabras, cambian las cosas.” Atribuido a Emmeline Pankhurst; y por supuesto tampoco estoy totalmente de acuerdo con cualquiera de sus otras versiones cómo aquella de “En un mundo de palabras, me quedo con los hechos.”
Obviamente los hechos tienen mucha importancia, pero a veces sin las palabras se quedan cortos y cojos a la hora de comunicar y comprender las profundidades del alma; por ejemplo en situaciones de resolver la posible existencia de dolo eventual; es decir de la existencia de un conocimiento y la aceptación previa por parte de una persona de la posibilidad de que se produzca una determinada consecuencia como resultado de su actuación; y a pesar de ello, no desiste de su empeño.
Al hilo de ello, recuerdo la conversación en la película de 1981 de Sidney Pollack titulada “Ausencia de malicia”, cuando el protagonista le cuenta a la protagonista como su delincuente padre al salir de la cárcel se entera de que durante su estancia entre rejas su hijo ha robado un coche y como castigo lo encierra en un sótano tres días. Tras escucharlo ella le dice “¿Quién era él para predicar?” A lo que contesta el protagonista "No estaba predicando, dijo que si quería ser ladrón tenía que aprender lo que era la vida.”
Las imágenes y los hechos muestran situaciones, acontecimientos, eventos… Pero la explicación de las intenciones y razones de lo que realmente subyace solo puede hacerse con palabras; y si se quiere conocer muchas, lo mejor sin duda alguna es leer mucho.
Y por cierto, para finalizar te invito a que repares en lo siguiente: las muchas veces que mientras se está leyendo, milagrosa y agradablemente se descubre para sorpresa de uno mismo, pensamientos sentidos como propios que nunca antes te habías parado a reflexionar.