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Salarios o reducción de jornada
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Salarios o reducción de jornada

· Por Miguel Córdoba, economista

domingo 14 de julio de 2024, 09:44h
Corría el año 1936 cuando Hermann Goering formulaba su famosa pregunta a los sufridos alemanes, al decirles si querían “cañones o mantequilla”. Obviamente, no pensaba hacerles el más mínimo caso, ya que la decisión sobre elegir los cañones estaba tomada desde hacía tiempo, así que los seis millones de nuevos puestos de trabajo que proporcionó su ministro de Economía, Hjalmar Schacht, a los teutones eran el equivalente a los actuales salarios mileuristas, y se dedicaron a fabricar armas. Realmente, la cita no era original de Goering, sino que fue formulada en 1917 en una discusión entre el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, su secretario de Estado, William Jennings Bryan y el senador Ellison D. Smith, con relación a la decisión de que Estados Unidos entrara o no en la Primera Guerra Mundial. En cualquier caso, esta disyuntiva se ha convertido en un clásico a la hora de tomar una decisión entre dos polos opuestos de cualquier asunto importante, en el que existen pros y contras claramente identificados.

Otra cosa es que los políticos españoles se planteen un análisis de este tipo (DAFO en términos técnicos) a la hora de plantear sus propuestas al pueblo español. La última ocurrencia de nuestra ministra de Trabajo es decidir que los españoles quieren trabajar menos horas y que las empresas deben asumir ese coste, y además rapidito, ya que no quiere que empiece el año que viene sin que esta propuesta no se haya puesto en práctica; al fin y al cabo, su gobierno acaba de terminar su primer Plan Quinquenal, y debe iniciarse el segundo.

Nadie le explica a la Ministra que el problema no está en cuántas horas se trabajan, sino en lo que se hace durante el horario laboral. Se puede “estar” muchas horas en el puesto de trabajo y no producir nada; hay auténticos expertos en la gestión del escaqueo. Pero eso no es importante para quien, a pesar de ostentar responsabilidades de gobierno, sigue pensando que lo de trabajar sigue el modelo de la cadena de producción del modelo “T” de Henry Ford, entre otras cosas porque nunca ha trabajado en una empresa.

Lo cierto es que se pueden trabajar veinte o sesenta horas a la semana, y nadie tiene por qué regularlo, siempre que sea de forma voluntaria y mediante acuerdo entre partes. Hasta podría ocurrir que a algunos miembros del presente gobierno les gustara poner una sanción con carácter retroactivo a Bill Gates por haber trabajado “ilegalmente” demasiadas horas en el garaje en el que él y sus compañeros inventaron Windows.

La puesta en práctica del talento no tiene horas, ni jornadas reguladas, ni permisos de paternidad. Cuando uno está inspirado trabaja todo lo que sea necesario para conseguir su objetivo; no está pendiente del Boletín Oficial del Estado para ver cuál es la siguiente ventaja que se ofrece al funcionariado, ya sea público o privado. En un país en el que los empleados públicos ganan 900€ mensuales más que los empleados del sector privado, o el sueldo de los asalariados es, en muchos casos, la mitad del de sus homónimos europeos, parecería razonable que la responsable de la cartera de Trabajo se preocupase más de conseguir que los trabajadores, y no sólo los mileuristas con subidas continuas del Salario Mínimo Interprofesional, consiguiesen incrementos salariales significativos, en lugar de reducírseles el tiempo de trabajo.

Hace ya bastantes años, en una empresa en la que trabajaba, se hizo una encuesta oficiosa por parte de la dirección en relación a si los trabajadores preferían un aumento salarial o una disminución del número de horas trabajadas, y la respuesta, salvo algunos sindicalistas radicales, fue muy mayoritaria respecto del aumento de salario. A los empleados no nos preocupa trabajar más, lo que queremos es ganar más y tener renta disponible para poder hacer cosas que no nos podemos permitir. Por muchas horas que nos reduzcan, si sólo podemos dedicarlas a ver los documentales de la “2”, no nos compensa, por mucho que alguien que se abroga el derecho a pensar cómo debe ser el resto de la sociedad, intente que asumamos su discurso.

Chinos, pakistaníes, coreanos, etc., nos dan lecciones de lo que es trabajar y esforzarse para lograr tener un nivel de vida mejor. Cuando vemos a un chino a las doce de la noche servirnos productos en su pequeña almoneda (probablemente es el hijo del dueño y no tiene relación laboral) no nos preguntamos cuál de los contratos y jornadas que ha legislado el gobierno se está aplicando. Y es que no todo es legislación y funcionariado. Las sociedades dinámicas lo son por algo, no por promulgar un millón de páginas de BOE cada año. Y mientras no entendamos esto, no acabaremos de despegar como país, y terminaremos deglutidos por los países que ahora llamamos emergentes.

Es fácil pasarse la vida criticando la comparación del salario del consejero delegado con el del último becario, pero eso sólo da para titulares de prensa, puesto que son magnitudes no comparables y, además, los salarios los pagan los accionistas privados de las empresas, por lo que ningún gobierno tendría que inmiscuirse en las relaciones entre empresarios y trabajadores, siempre que ambas partes estén de acuerdo, en vez de alinearse con una de las partes para tratar de domeñar a la otra, como hace la ínclita. Creo que hacen falta algunas lecciones de democracia básica para algún que otro miembro del gobierno. Pero, en fin, por lo menos alguno sabe hablar japonés.

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