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Resistiendo en la aldea íbera

· Por Miguel Córdoba, economista

viernes 19 de julio de 2024, 09:23h
Resistiendo en la aldea íbera
Uderzo y Goscinny escribieron y dibujaron una serie de comics de enorme éxito, pero cuyo verdadero trasfondo era la resistencia de los seres humanos ante la opresión y el autoritarismo. El que existiera la poción mágica no era otra cosa que una versión primigenia del espíritu democrático que fluye entre las venas de las personas buscando la libertad y enfrentándose a aquellos que se creen ungidos por la naturaleza para decirles a los demás lo que deben pensar y lo que deben hacer, como ocurrió con Julio César, el enemigo acérrimo de los galos Asterix y Obelix.

A lo largo de la historia ha habido muchos que han intentado imitar a ese hombre único en el mundo greco-romano: Gaius Iulius Caesar. Su nombre quedó inmortalizado, siendo además el origen de futuros títulos asociados al poder absoluto, como czar en Rusia o káiser en Alemania. Mucho se ha escrito sobre él, pero, probablemente, su principal acto fue desobedecer las leyes de la república, desafiando al Senado, cruzando el río Rubicón (límite que no podían cruzar en aquella época tropas armadas) y tomando Roma. A partir de ahí, y aunque sus actos tuvieron una apariencia republicana, fue tomando cada vez más poder, hasta que se convirtió en dictador absoluto del pueblo romano.

Este modelo autoritario, con diferentes variaciones, ha continuado existiendo a lo largo de los siglos, hasta llegar a la época actual, en la que se producen diferentes situaciones que nos recuerdan lo acaecido en Roma hace más de dos mil años. Por ejemplo, en 1917, Lenin (un hombre amargado por el asesinato de su hermano en 1887 por parte de los sicarios del zar) consiguió por la fuerza el poder en Rusia, y un mes después convocó elecciones en la Duma, pero las perdió (sólo sacó un 23,5%; el 41% lo obtuvieron los social-revolucionarios de Victor Chernov), así que no se volvió a convocar ninguna asamblea (tenía el mando del ejército rojo su compañero Trotski) y Alea Iacta Est, seis meses después disolvió la Duma que nunca volvió a existir hasta después del colapso de la Unión Soviética. Por supuesto, Chernov tuvo que exilarse perseguido por la Checa (policía secreta soviética) hasta acabar recalando en Estados Unidos.

Años después, Hitler hizo lo propio. En 1933 consiguió un 47,2% de los votos (43,9% de los escaños) del Reichstag y, a pesar del cordón sanitario, el ya senil Hindenburg (presidente de la República) le tuvo que encargar formar gobierno. Alea Iacta Est, ya no volvería a haber democracia en Alemania, y eso que el Rin era mucho más caudaloso que el Rubicón. Las consecuencias son de todos conocidas.

Un caso más, el político argentino Juan Domingo Perón, tres veces presidente de su país, pero también vinculado al fascismo italiano (fue agregado militar argentino en la Italia de Mussolini y acogió a numerosos nazis después de la guerra, amén de utilizar los bancos argentinos para atesorar el dinero expoliado a la comunidad judía). Curiosamente, luego de casarse con Eva Duarte (meretriz en su juventud según algunos historiadores), creó un estilo propio de populismo de izquierdas, basado en subsidiar a las clases bajas para conseguir su apoyo y sus votos (¿les suena?). La huella de Perón en la política argentina ha sido muy profunda, hasta el punto de dar nombre a su estilo de gobierno, “peronismo”. El problema es que los subsidios hay que pagarlos y tienen que salir de alguna parte, algo que diferentes políticos en distintos países y épocas no han acabado de entender (¿les sigue sonando?).

Pongamos, por ejemplo, a un país como España. Los diferentes gobiernos llevan quince años subsidiando a una parte de la población de una u otra manera, con el objetivo de “mantener la paz social”, amén de lograr que las urnas les respalden en las elecciones. En la actualidad, Sánchez emite toda la deuda pública del mundo para conseguir liquidez con la que incrementar los emolumentos de sus votantes, a saber, pensionistas, perceptores del salario mínimo y mileuristas entre los que reparte cheques. Eso es lo que hacía Perón entre las clases bajas argentinas, generando el denominado clientelismo en una gran parte de los votantes argentinos.

La pregunta lógica es hasta cuando puede un país estar emitiendo deuda pública sin parar y sin pagarla, no teniendo siquiera planes para amortizar un solo bono en los próximos años. En paralelo, el sistema de pensiones que, diga quien lo diga, es absolutamente insostenible con el modelo actual, está haciendo aguas por todas partes, habiendo superado ya la Seguridad Social los 100.000 millones de euros de préstamos del Estado para poder pagar las pensiones a los jubilados, los cuales en estos momentos representan un 14% de la población española, pero dentro de diez años serán un 26%, al igual que ocurre en otros países europeos. Y encima se atreven a decir que están dotando un hucha de las pensiones para el futuro, cuando lo único que hacen es un asiento contable, incrementando el préstamo a la seguridad social para dotar esa famosa “hucha”. ¡Vergonzoso!

Sánchez ha bebido en las fuentes argentinas para acuñar algo así como un “neoperonismo” adaptado a la idiosincrasia ibérica, y no le está yendo mal. En las últimas elecciones europeas sólo sacó dos escaños menos que Feijóo, y prevé poder seguir gobernando, sin presupuestos aprobados, emitiendo deuda pública, subiendo impuestos y mimando a sus dos grupos favoritos: pensionistas (subiéndoles el IPC) y mileuristas (subiéndoles el salario mínimo interprofesional).

La evolución de César, Lenin o Hitler no es tan diferente de la de Perón o Sánchez; primero se consigue el poder y luego se van cambiando las cosas para conseguir mantenerse en el poder como sea. Si hay disidentes se les anula, como ocurrió con César, después de su victoria sobre Vercingétorix, cuando cortó las dos manos a 4.000 galos y los distribuyó por toda la Galia para que recordaran que no se podía desafiar su poder. Lenin inicio el trabajo, pero la apoplejía hizo que dejara la parte fuerte a Stalin con sus gulags. Y lo de los campos de exterminio de Hitler es sumamente conocido.

Al igual que César, Sánchez no perdona traiciones, y ha dado buena prueba de ello a lo largo de su trayectoria. Sólo han sobrevivido los que han sido extremadamente fieles y además no han metido la pata. César se apoyaba en los pueblos bárbaros para conseguir mantener su poder, al igual que Sánchez lo lleva haciendo años en el Congreso, cediéndoles todo lo que se puede ceder, e incluso lo que no se puede, a los grupos nacionalistas e independentistas para conservar su puesto.

Y al igual que resistían los galos en su aldea a las huestes de César, aquí estamos los sufridos españolitos, resistiendo en este caso en la aldea ibera, rodeada por las cohortes del césar Petrus y sus prefectos, Monterus, Pontis y Bolanus, una vez que ha cruzado el Rubicón y se dispone a conquistar de una vez por todas los restos de la aldea ibera, ignorando al Senado y repartiendo los denarios entre las huestes bárbaras que le acompañan, sin olvidar a su guardia pretoriana de los elegidos que todavía no le han traicionado, como en su día parece que hicieron Abalus, Koldus y Titobernus.

Lo tenemos difícil para poder luchar contra el poder omnímodo del nuevo César, con el agravante de que en la aldea ibera no tenemos buenos druidas que nos hagan una poción mágica que nos haga derrotar al potencial dictador. Sólo nos quedan las urnas, pero parece que los votantes no son conscientes de lo que significa que se ataque la independencia de los jueces o de los periodistas, sin la cual no puede existir ninguna democracia que se precie.

Espero que el buen juicio de los españoles acabe por darse cuenta de lo que significa lo que está ocurriendo hoy en día en nuestro país. Puede que, a priori, pensemos que hay grandes diferencias entre César y Sánchez, pero, guardando las distancias, no son tantas si adaptamos las circunstancias al contexto histórico (Constitución de 1978 versus República romana). En cualquier caso, hemos de reconocer que, a pesar de todo, César tenía una ventaja, estaba casado con Calpurnia, ya saben la de aquello de “la mujer del César”. No sé yo si eso al final podrá librar a la aldea ibera de este pseudo proceso constituyente al que estamos asistiendo en los últimos años.

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