El sumun de lo anterior es cuando el “parlotero”, que habla no poco y sin sustancia, mayormente porque tiene poca en su cerebro, dice que ya sabe que no es fácil y que “habrá que echarle imaginación”. Él que es incapaz de imaginar nada que no sea reiteradamente él mismo, en el mismo lugar y en el mismo momento.
Para dar solución a cualquier cuestión que incomoda o limita, no vale una idea si esta no se puede aplicar por inviabilidad, sea esta causada por falta de medios o por falta de conocimiento;una idea no sirve para nada si a continuación no conlleva una acción factible. Un problema no se soluciona partiendo de un supongamos que solo modifique en nuestra imaginación las circunstancias reales y ciertas del percance. Estos“parloteros” me recuerdan al iluminado del chiste donde para abrir una lata de melocotón proponía en voz alta ¡Supongamos que tenemos un abrelatas! Si no está disponible, olvídate de su posible utilización.
Tampoco vale cualquier acción, debe ser una que haya sido previamente meditada, argumentada con fundamentos científicos, o cuanto menos contrastados, y sobre todo debe ser una acción respecto de la cual se haya contemplado sus efectos secundarios con el mayor alcance posible.
En definitiva, la acción que se adopte ha de poder ser aplicable y eficiente, es decir debe poderse llevar a cabo y a la vez ser útil, pues no siempre la acción que se propone lo es; y en tal caso solo se habrá gastado energía y recursos inútilmente.
Imagínenseal consejo de ancianos en aquellos primeros tiempos, allá en la sabana y a la intemperie, bajo las estrellas reunido a la luz de la hoguera porque con la sequía están sin recibir el agua de lluvia tan necesaria para beber, debatiendo que hacer.
Y al anciano jefe solicitando opiniones, y un primer “parlotero” pidiendo la palabra para exponer que le abruma el desasosiego y que “habrá que hacer algo”; para después escuchar al segundo “parlotero” decir que el problema es grave y grande y que “habrá que echarle imaginación”.
Y como colofón a la reunión del consejo escuchar al último “parlotero” proponer componer una danza de la lluvia; para luego todos bailarla como posesos. Y finalmente sin resultados ni resuello, tras una descomunal sudada, precisar beber un agua de la que no disponen.