Es mejor estudiar para al final no saber, que no hacerlo y quedarse inmóvil para desperdiciar ese “no conocimiento”. Estéril biblioteca.
Con lo que se suman tres más.
Es mejor pelear para al final no vencer, que no hacerlo y quedarse quieto para perderse esa “no victoria”. Estéril batalla.
Y de nuevo se añaden otros tres.
Es mejor jugar para al final no ganar, que no hacerlo y abstenerse de participar para ceder ese “no premio”. Estéril ruleta.
Y con estos tres, tenemos los últimos que se necesitan para juntar la perseguida docena.
Doce eran los apóstoles, doce son los meses en el calendario, y son doce los periodos sinódicos de la luna en un año y los signos del zodíaco, el primer texto legal fue la Ley de las Doce Tablas y doce son los integrantes del jurado y también es el número estándar para la venta de los huevos; también conocidos como cigoto, esa célula resultante de la unión del gameto masculino (anterozoide o espermatozoide) con el gameto femenino (óvulo) en la reproducción sexual de los organismos como habitual mecanismo de la naturaleza para que surja la vida.
Me gusta de manera especial el sistema duodecimal, poseedor de más divisores que el decimal, que se inventó en Sumeria primera civilización mesopotámica, y que se generó como resultado de multiplicar tres falanges por cuatro dedos [el pulgar se usaba para contar].
Y me atrae de forma particular explorar la negación pues en la palabra “no” está ubicado el punto de inflexión donde una función de aceptación aparentemente sin solución de continuidad cambia de concavidad para dar comienzo al rebelde inconformismo con el que empieza la no aceptación de lo yermo [de lo estéril].
Y además la palabra “no” es la más potente, y la que precisa de más sensatez y fuerza, entre, tras la toma de una meditada decisión, las que se pueden ofrecer como respuesta cuando solo cabe un vocablo como definitiva e inamovible contestación.
Y bien sea una cualquiera de las siguientes: programada, por consenso, con procesos extendidos, con procesos limitados, personales, operativas, organizacionales, intuitivas, no programadas, de riesgo, emocionales o estratégicas, sólo estas son, y todas ellas por igual tienen hueco en tu cabeza para si hurgas bien encontrarlas a tu permanente disposición, las clases de decisiones integradas en la docenal taxonomía que posibilita desde el pleno convencimiento dar ese a veces imprescindible “no” con contundencia y fundamento.
Por eso me gusta unir “doce” y “no”, porque para vivir es suficiente respirar de forma constante un mínimo de doce veces por minuto, pero para existir con solvencia es necesario haber andado, estudiado, combatido y jugado previamente mucho, sin siempre llegar, saber, vencer o ganar, para con eficiencia utilizar alguna de las anteriores doce reseñadas herramientas decisorias, esas que permiten pensar bien siempre antes de dar la mejor versión de nuestro personal, particular y propio NO.