Parados, para con afán de ver y mejor comprender, se debe saber que en un trazo recto continuo finito en cualquier segmento de línea, no hay un punto de comienzo y un punto que establece su final; lo que hay son dos puntos finales fijos o definidos, llamados extremos. Y en lo que une al uno con el otro lo más importante no es lo que está o no está en esa semirrecta, lo más importante es la dirección [izquierda derecha o viceversa] de la mirada con que se observa, para incorporar o descartaradecuadamente la potencial contenida realidad transfigurada al propio acervo cultural.
En la cosmovisión de cada cual se debe ser consciente que la dirección adoptada al mirar va a determinar quién construye finalmente mediante la acumulación de escalones una sola escalera y su aspiración desde el origen es única y con vocación de permanencia; o por el contrario quién persigue que cada nueva manufactura tenga un punto de diferencia y de alguna manera siempre tenga una naturaleza de completa escalera ocasional, aunque aparentemente el producto resultante se repita una vez más. Y al ser las dos opciones que se ofrecen,a ojos de nuestra observación participante, trayectorias opuestas y excluyentes se debe dominar el arte de la renuncia. No existe la posibilidad de estarse quieto entre dos aguas, si no quieres que te hundan se tiene que recorrer el trecho completo hasta llegar a la máxima profundidad.
Y mientras se desplaza la acción por esa semirrecta cada uno va escribiendo su relato, de seguido o en capítulos, y lo llena de los signos de puntuación que considera. A mí me gusta ser yo como autor, quien para poder tomar aire, sin necesidad de parar ponga mis comas y mis puntos y comas, y que los puntos seguidos a modo de sorpresa me los imponga según su capricho en su devenir el propio discurso, obviamente a ser posible anticipando mi posterior conveniencia para así limitar al máximo el craso error por mi parte de limar tanto la tiza que al terminarlo salga el “cochecito”. No se me ha olvidado, sencillamente por no creer en la propia vida el punto final; pues al final, para nada cuenta. ¡Qué consté, que lo advertí en el primer párrafo!