Uno, ciertamente, no puede sino maravillarse ante tanta belleza, pero también preguntarse: ¿quién cuida de todo esto? ¿Cómo se mantiene viva la monumentalidad de una ciudad sin que eso suponga su continuo desgaste o su irremediable pérdida patrimonial? Porque Sevilla, como tantas otras urbes históricas europeas, no escapa al deterioro y a los desafíos del presente. La gentrificación expulsa poco a poco a los vecinos de toda la vida del centro, mientras el turismo masivo transforma barrios tradicionales en parques temáticos para visitantes.
En este contexto, el alcalde José Luis Sanz propuso hace más de un año cerrar y perimetrar la plaza de España, joya de la arquitectura regionalista y uno de los principales reclamos turísticos de la capital andaluza, y cobrar una entrada a los turistas y visitantes para acceder al recinto, a la estela de lo que ya ocurre en la emblemática ciudad italiana de Venecia. Lo fundamentó en el sostenimiento económico del espacio, aunque le llovieron las críticas, sobre todo de parte de aquellos que denigran a los emprendedores porque creen que todo debe ser exclusivamente público hasta que papá Estado aguante.
Sin tener una opinión totalmente formada, creo que es pertinente el debate propuesto por Sanz sin entrar en mantras políticos. La privatización, a veces, es pertinente. Lo que es innegable es que el mantenimiento del patrimonio no puede recaer exclusivamente sobre los hombros de las administraciones locales. La conservación de monumentos, cascos antiguos y paisajes urbanos requiere una estrategia amplia, con participación ciudadana, apoyo del sector privado y políticas públicas sostenidas. También exige educación: solo se cuida aquello que se valora.
Tal vez en un futuro, y sin necesidad de dramatismos, debamos asumir con naturalidad ciertas tasas turísticas o contribuciones por uso. No para disuadir al visitante, sino para garantizar que su paso por la ciudad no contribuya a su desgaste. Al fin y al cabo, si Sevilla es patrimonio de todos, también todos, en la medida de lo posible, deberíamos contribuir a su cuidado. Y que ese esfuerzo colectivo no sea una carga, sino una forma de demostrar que amamos lo que visitamos.