Estamos en un país cainita y absurdo en el que los ciudadanos se avergüenzan de ser patriotas, de sentir amor a la patria y respeto a la bandera y de sentirse orgullosos de su empírea Historia. Aunque como en todo país, junto con los momentos de gloria, hayamos tenido también fracasos, penurias y situaciones aciagas, es del todo cierto que hemos sabido ser capaces de cerrar filas en defensa del honor patrio y de nuestra independencia.
Hoy en día estamos en una situación de disgregación moral en la que diversos colectivos sociales, políticos y sindicales hacen burla y se toman a pitorreo el amor a la Patria. Parece que no fuera con ellos la razón de España, la realidad de la nación-Estado más vieja de Europa. Nos encontramos con toda una caterva de desagradecidos y rompepatrias que no saben ni dónde están ni a dónde van. Que no entienden nada acerca de la metafísica del amor a la tierra de nuestros padres en la que existen lazos históricos, afectivos, territoriales, solidarios y lingüísticos comunes desde hace más de quinientos años.
Cuando miramos la bandera, se nos engrandece el corazón al ver la representación simbólica de una misma cultura, de una civilización legada por nuestros mayores y de un cúmulo de gestas en las que nuestros antepasados lograron brillar con luz propia para convertir a España en uno de los más grandes Imperios de todos los tiempos. Aunque hoy sea políticamente incorrecto el declararse patriota español o sentir una emoción en el pecho al ver ondear la enseña nacional o sonar la Marcha Real, nos declaramos español hasta las cachas.
Es curioso y sorprendente contemplar como aquellos que se ríen y denostan la españolidad, la Patria o la bandera, no dudan en convertirse en auténticos fanáticos, intransigentes patrioteros, obsesos raciales y totalitarios violentos, cuando de lo que se trata no es de España sino de su canijo terruño o su nacionalismo localista. Entonces se convierten en sediciosos compulsivos, delincuentes continuados y vulneradores normativos que no dudan en reclamar como suyo lo que no les pertenece. Entienden que tienen el derecho sobre una parte del territorio que no es de su propiedad sino de todos los españoles, vulnerando de forma ilegítima lo que ya desde la Constitución de Cádiz de 1812 era del común: “La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”(art .2) “La soberanía reside esencialmente en la Nación…”(art. 3)
Y, por el contrario y paradójicamente, los sediciosos consideran un ejercicio de sana y obligada lealtad a la causa separatista, el hacer una pública exhibición de todo aquello de lo que se han burlado, reído, ridiculizado o combatido, cuando era español. Ahí tenemos la caricatura masónica de las esteladas o la pseudocopia filobritánica de las ikurriñas, desafíando, retando y amenazando al resto de España.
El catalanismo craneal del doctor Bartolomé Robert proclama la superioridad ontofisiológica catalana para hacer que marche España hacia adelante gracias a ellos, pues los patanes españolistas son una raza inferior. Y el vasquismo enfermizo de Sabino Policarpo de Arana y Goiri, anuncia sin empacho la superioridad racial vasca frente al maketismo torpón de los españolazos. Pero de lo que se olvidan los empresarios catalanes es que se han hecho ricos, desde hace más de cien años, con el arancelarismo protector que obligaba a comprarlos todo aunque fuera de pésima calidad o de la tajada brutal que sacaron de las dos guerras mundiales de 1914 y 1939.
Lo más preocupante de todo es que los separatistas han convertido sus aspiraciones soberanistas en auténticas armas arrojadizas contra todos aquellos (aunque sean vascos o catalanes) que se opongan a sus delirantes tesis. En Cataluña, se veta la enseñanza en español, se prohíbe rotular en la lengua castellana, se incumplen las sentencias judiciales y se desafía abiertamente y con chulería al Estado. Y, mientras tanto, ¿qué hacen los políticos y las autoridades? ¿Y las fuerzas de orden público? ¿Y la Fiscalía General del Estado?
A los españoles nos tiene secuestrados un Gobierno light, dévole, que todas las mañanas se mira el ombligo y es incapaz de hacer cumplir la ley en los territorios sediciosos o proteger a los compatriotas de bien de todos aquellos agitadores callejeros. Un Gobierno felón que sigue las mismas políticas zapateristas que tanto daño nos hicieron y que parece tener la hoja de ruta marcada por los hermanos mandileros estrasburgueses.