Esta semana que terminó habrán sido Uds. debidamente inundados por innumerables reflexiones sobre nuestra política internacional con el vecino alauí, y las ventajas escondidas de tener al frente de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores una meritoria y celosa activista de categoría del buenismo y del humanitarismo de ONG. Por ello nos centraremos en este breve billete en un aspecto de otro hecho acaecido en nuestras propias y sufridas narices: la culminación y presentación del “informe España 2050”.
Pero no departiremos sobre el contenido del tocho de más de 600 páginas, sino que creemos que merece una pequeña reflexión el hecho en sí de haber encargado y pagado ese estudio de pitonisos ilustrísimos, y (hándicap lastrante), parece que jovencísimos en promedio. Con la verdad por delante, lo acontecido tanto como el momento, indican mucho sobre la orientación y la visión de la política y sus obligaciones de nuestro máximo co-gobernante de la actualidad, el Presidente del Gobierno de ¿España? Pedro Sánchez. Y tiene su importancia.
Es sin duda más que legítimo, incluso necesario, para un buen gobernante, trabajar con visión del porvenir más probable y las perspectivas de futuro socio-económicas de la sociedad que gobernará durante un tiempo. Conocidos han sido los planes quinquenales, o la propia Agenda 2030. Pero evidentemente esos ejemplos tienen el sentido común de aportar previsiones prácticas por abarcar espacios de tiempo razonables para el conocimiento. Pretender basar la actividad política en el dominio de lo que acontecerá en los próximos 30 años es, sencillamente, delirante. Como ejercicio académico es muy meritorio, pero para un gobernante, a nuestro modesto entender, es un ejercicio peligrosamente ajeno a la realidad, a la práctica y puede ser inductor de graves errores, más propio de un peligroso mesianismo que de una indispensable buena gestión. Hagan Uds. una pequeña pausa y miren lo que era España hace treinta años y quién podía prever ni en una décima parte lo que acaecería en el mundo de la técnica, la política internacional, la ciencia o la propia estructura de España. A esto podemos añadir que , hasta la fecha todos los grandes profetas sociales, desde Malthus, el Club de Roma, Rifkin (la tercera ola) o Fukuyama ( el fin de la Historia) etc… han errado grandemente. Pero grandemente, y ahora es peor porque los tiempos han acelerado la aparición de cambios tan importantes como impresivisibles. Sería muy peligroso que nuestro “Premier” basara la solución de nuestros problemas acuciantes en previsiones bienintencionadas a treinta años. Más que arrogante, sería destructivamente delirante. Aunque nos haya costado muy caro el tocho.
Y hemos alcanzado el segundo peligro que, a nuestro modesto juicio, entraña la actitud de Pedro Sánchez. Los planes estructurados o visionarios a medio o largo plazo siempre tienen sentido sobre la base de una estabilidad de partida con alta probabilidad de mantenerse. Justo lo contrario de lo que acontece en España. Este rimbombante ejercicio de estilo, para mayor gloria del promotor, le pilla a España en medio de dos o tres crisis históricas brutales de los que nadie sabe cómo vamos a poder salir. Económicamente estamos en un abismo de órdago con un dato socio económico terrorífico llamado desempleo estructural (¿un 15?). Políticamente, España está en descomposición, ingobernable con fuertes elementos destructivos internos y con pérdida total de proyecto común. Mala suerte que justo en el momento de la presentación del informe también nos pille en una crisis internacional más que alarmante. En román paladino, ¿A qué viene hablar de una nebulosa e improbable España en 2050 si ni siquiera es capaz de asegurar que España exista en esa época? Winston Churchill, en 1943 se dedicó a ganar una guerra, no a dibujar la Europa de 1975. Es pavoroso pensar que ese magnífico estudio de la España 2050 sólo sea una añagaza para disimular la incapacidad de gobernar las profundas y deletéreas crisis actuales, o lo que sería mucho peor, sólo demuestre que nuestro Presidente de Gobierno no sea consciente de la ciclópea dimensión de las crisis en marcha, hoy.
Decía Keynes la mejor previsión de futuro para un gobernante: “A largo plazo, todos calvos”. Para 2050, todos calvos, y muy asustados.