El derecho a las vacaciones, perfectamente establecido y regulado, es una conquista de los Estados sociales y democráticos de Derecho, y se basa en algo tan simple como la necesidad humana al descanso: hay que parar antes de seguir. Esto, independientemente de que el trabajador no cumpla, o no rinda lo suficiente, o ejecute mal sus tareas, o esté desorientado y se distinga por su ineficacia. Claro, es obvio que cuando una persona así se desempeña en el sector privado, dura poco en su puesto. El problema es cuando esta serie de actitudes (en realidad contra-actitudes) se desarrollan en un empleo público. La carga es para el ciudadano, para el sufrido contribuyente, que nada puede hacer más que lamentarse o buscar el modo de descargar su cabreo o su ira.
En la última semana, y quizá algo más allá en el mes de agosto, ha sido clamorosa la petición de los españoles para que el presidente del gobierno comparezca, además él, dada la ausencia de un portavoz gubernamental reconocible y sólido (ni lo hay ni se le espera). Da igual que haya sido ante la dramática evacuación de españoles de Afganistán o ante la crisis generada por la devolución de jóvenes marroquíes a su país. Sánchez ha seguido a su aire, atrincherado en su torre de marfil en Lanzarote, como si nada, a pleno relax en nuestras maravillosas Islas Canarias.
El síndrome de La Moncloa ha sido ampliamente descrito como aquel que padecen los ocupantes del palacio, destacando entre sus graves síntomas la pérdida de conciencia de la realidad, el aislamiento o el endiosamiento: el jefe deja incluso de escuchar a sus colaboradores o a la calle ante el efecto de vivir donde vive, y se muestra encantado de conocerse a sí mismo.
Sánchez incorpora ahora a nuestro acervo, como pueblo que padece a buena parte de nuestros dirigentes, el ‘síndrome de La Mareta’. Hay un nuevo espacio ya donde en una España azotada durísimamente por la crisis, el presidente sigue tal vez no ciego ni sordo pero desde luego sí mudo ante el desasosegante devenir de los acontecimientos y con un otoño color hormiga… al acecho.
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