De una forma u otra, sin profundizar en la trascendencia de lo que ha sido algo más que un patinazo, y sin ahondar en sus causas, el hecho cierto es que el gobierno de Pedro Sánchez comienza ya irreversiblemente un lento harakiri. Para esta práctica, se requería de una daga específica, de una vestimenta de color blanco que significaba la purificación, y de un lugar que solía ser un jardín para dotar de carácter místico y especial, a la vez que higiénico, el momento.
Pero no. El harakiri del gobierno de Pedro Sánchez no será súbito ni se adornará de ninguna suerte de elementos simbólicos. Será más prosaico y ordinario. No habrá elecciones anticipadas. Será un proceso lento, tormentoso, en el que las carnes del ejecutivo se abrirán y deteriorarán poco a poco con un cuerpo que permanecerá vivo, no obstante, hasta el mismo arranque de la campaña para las generales, en las postrimerías de la legislatura, apurándola hasta el último sorbo.
Naturalmente, hace bien la oposición en defender con fiereza a nuestro campo, a nuestra industria cárnica, a nuestras empresas y a nuestra economía. Porque es su obligación y porque está en posesión, en este caso de la razón. Pero bien haría, de la misma manera, en no trasladar a la sociedad un estrés y una ansiedad infundadas, partiendo el uno y la otra de la ficticia base de que al inquilino de la Moncloa le quedan cuatro días (¿desde hace cuánto tiempo venimos escuchando esta expresión de calle?).
PP y Vox, por encima del furor y los flashes y las crisis del momento con origen podemita, necesitarán armarse en los dos próximos años de grandes dosis de paciencia, de perseverancia… y de buenas ideas. Éstas, en política, no suelen proliferar ni abundar ni sobrar.