Análisis y Opinión

El harakiri de la nueva OTAN y la orquesta del Titanic

CARTA DEL PRESIDENTE

· Por Alfonso Merlos, Presidente del Grupo "El Mundo Financiero"

Alfonso Merlos | Domingo 03 de julio de 2022

Es leyenda. La orquesta del Titanic ha quedado para la Historia como símbolo de heroísmo, como icono de una resistencia numantina que lucha, hasta el último golpe de oxígeno, hasta las últimas posibilidades, contra el destino. Sus ocho componentes perecieron en el hundimiento, mientras el público y la prensa se entusiasmaron con su ejemplo. El hecho es que cuando el barco más grande y lujoso jamás construido, “imposible de hundir”, se iba a pique con más de 2.000 pasajeros a bordo, esa orquesta comenzó a tocar. Hasta el definitivo naufragio y la inevitable muerte colectiva.



Los representantes de la OTAN reunidos en el Museo del Prado han tenido, en sus ademanes, mucho de orquesta del Titanic. Con una alianza que pierde individual y grupalmente peso, con un Occidente en horas bajas, con unos Estados Unidos dando tumbos, con una unipolaridad transatlántica definitivamente malversada y perdida, ante la emergencia fulgurante y la consolidación imparable de un bloque asiático que suma a un tercio de los habitantes del mundo, en pleno proceso de desvanecimiento no ha tenido mejor ocurrencia la organización que fijar y crear como enemigos para la próxima década a los dos colosos del momento: Rusia y China, tanto monta, monta tanto.

Sucede a veces que, en los compases de agotamiento y de impaciencia, de impotencia y de declive, se toman las decisiones más precipitadas, más nocivas, más autodestructivas para el cuerpo que las decide. Y la OTAN no ha podido sellar con más fuerza el penoso destino que le espera precisamente para el tiempo que viene y para el que debía prepararse.

Ya sus intervenciones atropelladas, fragmentarias en los últimos conflictos ha dejado a la Alianza muy tocada: por ser capaz de hacer ciertas operaciones relámpago con éxito, sí, pero por ser totalmente incapaz de cerrar guerras y de sellar procesos de paz estables y duraderos. Basta con mirar las más recientes páginas de los libros de Historia y certificar lo ocurrido en parte del mundo árabe y musulmán. Un desastre sin paliativos.

No sólo eso. En un mundo en el que debiera pisarse el acelerador de la globalización (frente a la involución globalista) y en el que debiera apostarse por regar y fertilizar las alianzas comerciales y entre continentes, se pretenden levantar muros y tirar, aunque sea desde el sofá, bombas. O sea, el tan denunciado desde el bloque occidental, hace treinta años, choque de civilizaciones, alimentado de la manera más patosa y suicida por ese bloque occidental, en gran medida diezmado y hoy sin resuello.

No. Al contrario de lo señalado por la desnortada OTAN desde las alturas, no nos hallamos ante una Segunda Guerra Fría. Se trata simplemente de un conflicto entre continentes encendido por menos del 15% de los países que conforman el planeta. Y del que, con todas las papeletas compradas, esa minoría rabiosa y aturdida saldrá, por mor de su ceguera estratégica y desorientación moral, nítidamente derrotada.