Querríamos aprovechar el descanso canicular y veraniego de este modesto billete semanal hasta finales de agosto para sacar la lección de la intensa semana política pasada, de Ermua a Aragonés…, para proponer una visión un poco distante del fragor morboso y un poco “fundamentalista” del momento político español. Un enfoque, por supuesto personal, cuyos errores ya les rogamos que sepan perdonar y enmendar.
Partimos constatando, a nuestro juicio, que uno de los problemas torales de España es que ya no se sabe muy bien que significa políticamente esa palabra. Parece que para algunos de nuestros potenciales gobernantes sea una suerte de confederación asimétrica, otros se aferrarían a la idea ya imposible de federación de federaciones, otros por supuesto, nos ven como una etapa final ante el desguace total inevitable, otros como una especie de Commonwealth…Eso quedó claro en el aquelarre blanqueador de Ermua, y ¡ante el jefe del Estado! Y refrendado en las jornadas parlamentarias posteriores. (Entendemos por potenciales gobernantes los salidos del actual PSOE, del PP, de UP, de Bildu, del PNV y del separatismo catalán). Lo que sí queda nítidamente claro es que ya nadie que, en este momento, nos pueda gobernar, ni aquí ni en el extranjero, considera a España como una democracia de ciudadanos unidos, libres, ontológicamente iguales y solidarios.
Dos observaciones: ello es radicalmente contrario a lo que se votó, en espíritu al menos, en la CE del 78 y se ha conseguido a base de retorcer hasta niveles intolerables el Estado de Derecho y fragilizar hasta límites antidemocráticos Instituciones básicas. Y en segundo lugar, esta “transformación” de la esencia de la Nación española ha entrañado terribles efectos en la dinámica de aumento de las desigualdades individuales, en las desigualdades en derechos civiles, en la creación de españoles de distintas categorías, en la dificultad/imposibilidad de gestionar de manera unida los problemas y las crisis globales, en la pérdida de sentido de pertenencia a un proyecto común, sustituido por envidias y peleas aldeanas, en la explosión de costes improductivos que palíen la falta de convivencia, en la destrucción de una educación humanista y democrática básica para la vida de las naciones, etc…etc…
Esta última observación es importante porque nos lleva, creemos, a otro problema toral de la España actual, y es que está viviendo un fin de régimen. Agudizado, además, por dos shocks externos durísimos (COVID, crisis inflacionista y energética) a los que el régimen no puede, no tiene instrumentos, para dar respuesta contundente, lo que aumenta el nivel de desesperación del ciudadano, cada vez más perdido y desvalido. Ante esta situación de fin de régimen, que necesitaría de una visión de Estado, de un amplio frente común patriótico y democrático agrupado alrededor del centro derecha y del centro izquierda, de nuestra España, que es la inmensa mayoría de la ciudadanía, la reacción de la clase política está siendo rebajar el problema y su solución a mera lucha partidista, cuando no frívolamente personalista. Con agravantes muy pesados. Por ejemplo, los Partidos españoles actuales son lo menos democráticos que se pueda imaginar, no tienen ninguna preocupación por el bien común de los españoles, y, sobre todo, luchan por apuntalar y prolongar el régimen, como manera de preservar sus intereses. Y añadamos un problema muy grave, la social democracia de la Transición, o el centro izquierda sociológico, no tiene en este momento Partido que lo represente, puesto que el PSOE se ha echado activamente en manos de separatismos y de activismos “woke” de difícil encaje mayoritario.
Tal vez sea el momento de citar a VOX, porque tal vez sea el Partido que sí es consciente de que estamos ante un fin de régimen. VOX aún no está gobernando, si acaso co-gestionando en ámbitos menores, y su discurso tiene a veces difícil encaje en una visión de centro, pero, sobre todo, tiene un lastre importante como es su posición contraria a una mayor integración europea y a favor de erosionar muy activamente la UE actual, lo que es una actitud temeraria que puede costar mucha prosperidad y libertad a los españoles del futuro.
Globalmente, la solución de lucha partidista no es la solución y parece solamente destinada a prolongar y camuflar la agonía del régimen, lo que es muy peligroso para nuestra democracia. Como lo es que el Partido mayoritario en las elecciones sea cada vez más la abstención. Tal vez la solución pase porque la sociedad civil patriótica, democrática y de valores republicanos que impregnaban nuestra CE del 78 y han sido laminados creen y potencien sus propias y nuevas vías de expresión.