Un estudio realizado en 2010 por los ganadores del premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman y Angus Deaton ha cobrado protagonismo en los medios de comunicación al anunciar que 100.000€ es lo que necesita una persona para ser feliz. Si bien, podría considerarse que no es un dato muy actualizado por la fecha en la que se hizo el estudio o en cuanto al importe, éste se realizó sobre una población de más de 450.000 residentes en EEUU encuestados entre 2008 y 2009, poniendo de manifiesto la necesidad de buscar la felicidad conociendo sus indicadores. Si tenemos esa cantidad, seremos más felices, ¿no?
“La felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, un pequeño avión privado, una pequeña mansión…” Groucho Marx
El estudio en realidad, hace referencia a aquello que contribuye al bienestar emocional en nuestro día a día, por lo que es fácil asociar a que cuanto más dinero se tiene, más mecanismos y recursos tendremos a mano para que nuestra vida sea lo más cómoda y confortable posible. Quizá aquí se estén mezclando la confortabilidad o bienestar con la felicidad.
Cuando una persona está en una situación vulnerable, con condiciones económicas precarias, su bienestar en general es limitado y seguramente, lleno de carencias. Salir adelante para pagar facturas o la hipoteca, supondrá un sacrificio constante por mantenerse a flote y sobrevivir. Lo que sería radicalmente distinto, si su situación económica fuera holgada y saludable, lógicamente.
Los puestos de trabajo no siempre conllevan un respaldo económico a la responsabilidad, la profesionalidad y las características del propio empleo, pero al ser con frecuencia el único sustento de muchas familias y hogares, no queda más remedio que poner en segundo plano la comodidad y el bienestar. Ambos aspectos se convierten en algo más superficial y de poca importancia, porque hay asuntos urgentes y prioritarios que tratar.
Es ahí donde el dinero sí juega un papel fundamental y absolutamente necesario, ya que aporta las comodidades, ventajas y facilidades que eliminan de raíz todo el sacrificio y la dificultad mencionados anteriormente. Pero eso no significa que sea igual a felicidad.
“Las penas con pan, son menos” es un refrán popular que encaja perfectamente con esta idea, la de suplir y tapar todas las carencias materiales y económicas que ya por sí solas suponen un gran alivio. Pero no eso no tiene porque traer la felicidad consigo.
Muchos estudios hablan incluso de que cuando se supera una barrera de nivel de ingresos considerables, la felicidad depende de muchos más factores ajenos al dinero que al dinero en sí. Influye la posición social, la responsabilidad, el temperamento, ser lo más cabal y racional posible ante influencias poderosas que pueden hacerte llegar a la ruina estando en lo más alto.
Otros estudios, como el de los investigadores Paul Brain y Renata Bongiorno, del Departamento de Psicología de la Universidad de Bath, en Reino Unido, obtuvieron de resultado que en el 86% de países encuestados, las personas creían que tener 10 millones de euros, sería la cifra necesaria para ser felices.
En Harvard, en 2018, varios multimillonarios llegaron a la conclusión que serían necesarios 8 millones de dólares para ser felices.
En la Universidad de Pensilvania se obtuvo una conclusión mucho más generalista: “Cuanto más dinero tienes, más feliz eres”. Así, sin más.
El dinero puede facilitar una mayor esperanza de vida por los cuidados y todo lo que puedes dedicarte a ti mismo para que tu existencia sea lo más placentera posible. Pero, ¿es cuestión únicamente de dinero llevar una vida saludable? ¿No conocemos casos de personas adineradas envueltas en excesos y vida muy poco “healthy”?
Probablemente sea más costoso económicamente hablando, llevar mala vida y poco saludable, que tener una vida basada en buenos hábitos. Además el dinero suele ser la mayor fuente de conflicto en las familias, en las parejas, etc., tanto por exceso como por defecto.
Cada vez se habla más de un salario emocional sin menospreciar el salario económico, claro está, pero buscamos algo más que una nómina, una cierta dosis de felicidad y satisfacción en lo que hacemos profesionalmente.
El estudio de los premios Nobel que tanto ha dado que hablar estos días, es un reflejo de la necesidad que tenemos de buscar la felicidad, midiendo y cuantificándola, aunque la reflexión que debamos hacer, no sea exactamente ésa.
Cada persona debe buscar su propia felicidad y adaptarla a sus circunstancias. Esto es perfectamente compatible con tener una posición económica saneada, sólida y necesaria no solo para cubrir la confortabilidad y comodidad que todos queremos, sino para estar y sentirnos integrados socialmente.
Todos conocemos casos de personas con un gran poder adquisitivo fruto de una larga carrera profesional y empresarial o personas famosas de manera repentina, que consiguen dinero rápidamente pero que no saben gestionarlo de una manera equilibrada y sensata, acabando en la ruina por no haber podido manejar tanto dinero de golpe.
El informe mundial de la Felicidad 2022 sitúa a España en el puesto 29, habiendo bajado desde el número 24 del año pasado y situando a Finlandia, Dinamarca e Islandia como los 3 primeros del ranking, con el descenso en la lista de Líbano, Venezuela y Afganistán.
Podemos echar la culpa a la pandemia, la crisis o las guerras, siendo indiscutible toda su influencia en la situación económica y social mundial, pero precisamente por estos hechos tan importantes, ¿cómo valorar la felicidad únicamente por un dato económico?