El sanchismo y sus terminales mediáticas, al igual que Protágoras, tienen como único objetivo la eficacia persuasiva y no la verdad. Desde este punto de vista podrían constituir la nueva escuela “sofista”, pero para desgracia de la política española esta es la única similitud. Durante la segunda mitad del siglo V a.C., en Grecia, existían pocos conocimientos sobre el mundo y, por ende, sobre la naturaleza humana. No obstante, su amor por la sabiduría constituyó la primera piedra sobre la que Occidente ha construido la ciencia. Incluso los sofistas, que negaban la verdad objetiva, destacaban por su preparación intelectual, formando parte de las élites intelectuales de la época, llegando a rivalizar incluso con Sócrates, Platón y Aristóteles.
No hará falta esperar 25 siglos para establecer la verdadera dimensión intelectual de los “sanchistas”. Estos, partiendo del absoluto desprecio por la verdad o la mínima intención de conocerla, construyen sus argumentos desde la inanidad con el único objetivo de ocultar su supeditación, vergonzosa e interesada, a los enemigos de España: comunistas, separatistas y terroristas.
Su insolvencia les acerca más a lo grotesco que a la sofística.
Cualquiera que siga la actualidad política en España habrá observado los dos últimos argumentos creados por la factoría “Bolaños”. Ambos, tan falsos como increíbles incluso para sus más fervientes tertulianos, que se ven en la tesitura de justificar lo que hasta anteayer decían que eran suposiciones maledicentes de la oposición.
La necesidad de justificar unos presupuestos, que nacen muertos, unida a la fe antiliberal que procesan Sánchez y sus acólitos, ha encontrado en la dimisión de Liz Truss una nueva excusa para atacar el capitalismo. Según el Gobierno las .
La verdad es que, como en España, algunos gobiernos europeos y en este caso Gran Bretaña han elaborado unos presupuestos que no se pueden cumplir generando pánico en los mercados y una caída en valor de la libra. Lo que no explican estos anticapitalistas “de salón” es que, los presupuestos, se pueden equilibrar también reduciendo los gastos innecesarios de unas cuentas públicas sobredimensionadas que responden más a las necesidades de la clase política que a la de los ciudadanos.
En España estudios recientes, como el de José Ramón Riera, que cifra el despilfarro autonómico en 88.000 millones de euros y del Instituto de Estudios Económicos que estima en un 14% la reducción posible del gasto público, es decir, 60.000 millones de euros, demuestran lo falaz del argumento y el camino por el que ningún gobierno de ningún signo se ha atrevido a adentrarse: el necesario recorte del gasto público político innecesario e inmoral. Esta imprescindible medida permitiría una bajada de impuestos sin reducir la prestación de servicios y sin desequilibrar las cuentas que supondría la receta más efectiva para salir de la crisis.
El otro argumento estrella de estas semanas nos lo ofrece la justificación ante la última cesión al independentismo catalán, la rebaja, a la carta, del delito de sedición. Según el Gobierno: > gracias a sus políticas. Por desgracia para ellos, a ojos de la mayoría de los españoles, éstas son percibidas como vergonzosas genuflexiones repetidas hasta el hartazgo.
Además, la tozuda realidad siempre termina abriéndose camino. Antes de entrar en el fondo de la cuestión, me gustaría dejar constancia de que existen millones de catalanes que no perciben tal mejoría y siguen sintiéndose abandonados a su suerte por el Estado. La peligrosa interpretación del Gobierno cuando sostiene que a nivel institucional el pulso independentista ha amainado, confunde la causa e ignora las intenciones.
La aparente y provisional estabilidad institucional que el mal llamado “progresismo” nos quiere vender, no es fruto de la política de “apaciguamiento” que desde la transición han practicado los distintos gobiernos, el motivo es que por una vez, obligados por los acontecimientos y con la inestimable ayuda del resto de instituciones, la Corona y la Justicia fundamentalmente, el Gobierno español puso “pie en pared” ante el nacionalismo, y aplicó, sin la contundencia necesaria, las normas que nuestra democrática constitución permite.
El independentismo quiere aprovechar la debilidad de un presidente, tan ambicioso como mediocre para, a la vez que continúa cambiando las “condiciones objetivas”, desarmar jurídicamente al Estado, pues como ellos mismos amenazan es sólo cuestión de tiempo que “ho tornarem a fer”.
Pedro Sánchez, al igual que Cómodo, no tiene las cuatro cualidades que Marco Aurelio creía necesarias para gobernar Roma: Sabiduría, Justicia, Fortaleza y Templanza. Sus cualidades son muy similares a las que el hijo del emperador se atribuye a sí mismo para pretender sucederle: , que se convierte en virtud si nos lleva al éxito; , tan necesario en la política actual de imagen y argumentos para redes sociales; , para pactar con los enemigos de España y fundamentalmente a sí mismo, su familia y los que se la procesan a él.
Sus actuaciones y las cualidades que acompañan al líder socialista nos llevan a asegurar que Pedro Sánchez no tiene talla ni para ser “sofista”, lo podemos encuadrar con mucha más precisión entre lo grotesco y lo esperpéntico.