La sociedad está viviendo un cambio que venía fraguándose desde hace mucho tiempo, lentamente, pero que se ha acelerado a consecuencia del COVID 19. El cambio fundamental no es tecnológico, como piensan algunos, sino a nivel humano. Las personas necesitamos saber quiénes somos. Afectividad, estabilidad en nuestra vida personal y profesional. Nuestros límites, la libertad que tenemos y ser conscientes para qué vivimos. La eliminación paulatina de los valores en nuestra sociedad ha llevado a que las personas ya no sepan quienes son realmente, no sean conscientes de lo que es correcto y lo que no. Esto les provoca una gran inseguridad en su proceso de toma de decisiones que afecta tanto al ámbito profesional como personal y a cometer errores que afectan a su equilibrio interior.
La inestabilidad personal y profesional unida a estar desempeñando trabajos que en muchos casos no están retribuidos adecuadamente, en los que no están desarrollando su verdadera vocación profesional y no están alineados con su propósito de vida, los ha llevado a situaciones de “burnout”, ansiedad y depresión. Esta situación se agudizó con el COVID que introdujo la incertidumbre, la enfermedad y la muerte en sus vidas y aceleró la necesidad de replantearse muchas cosas.
Quedarse en casa por decreto provocó que las personas fueran conscientes de lo que tenían y de lo que podían perder de un día para otro.
Se perdió el hábito de ir a trabajar a la oficina, relacionarse con compañeros y jefes de manera presencial, resolviendo todo por vía telemática.
Muchas vivieron de manera angustiosa, el miedo al contagio; un sentimiento que aún hoy, sigue latente. O sufriendo duelos por fallecimiento de familiares que no fueron debidamente tratados.
Todo ello ha ocasionado que las personas hayan empezado a tomar decisiones importantes en sus vidas, siendo una de ellas, la de renunciar a su puesto de trabajo actual buscando otro que se ajuste mejor a sus expectativas de vida o incluso apostando por la reinvención profesional para poder dedicarse a aquello que realmente satisface y está alineado con su propósito personal.
Las empresas tienen que ser conscientes que si quieren mantener el talento y su productividad tienen que curar primero a las personas. Y aunque no fuera en su momento algo de su competencia, si no se realiza una tarea de cuidado, éstas no van a ser capaces de afrontar situaciones de enfrentamientos, deslealtades o malos ambientes laborales ni tampoco acometer las cargas de trabajo que asumían antes de la pandemia. Su situación de fatiga pandémica no se lo va a permitir y su incapacidad para afrontar su día a día, las va a llevar a la renuncia.
Las empresas que hayan sido capaces de tener al frente de las mismas auténticos líderes que se preocupen por las personas estando a su servicio, sepan comunicarse con ellas, con departamentos de Recursos Humanos en los que realmente no se considere a los trabajadores como números o como pasivos de la empresa sino que sepan valorar su trabajo, con una retribución adecuada, ubicándolas en el puesto adecuado a sus habilidades, teniendo en cuenta su necesidad de conciliación, velando por el cumplimiento de los valores y la misión de la compañía… Éstas empresas, serán las que conseguirán mantener el talento.
La sociedad tiene una misión importante, la de volver a los valores perdidos y eso sólo se puede conseguir si cada uno de nosotros nos comprometemos con ello, nos ponemos en acción y empezamos por practicarlos en nuestros hogares. En otro caso viviremos en una sociedad incapaz de soportar la adversidad y en la que una parte muy importante de la población no sea capaz de trabajar y generar los ingresos necesarios para mantener a sus familias.
Las empresas deben tener al frente a verdaderos líderes de servicio que sustenten su liderazgo en el SER no en el TENER, que primen la humildad por encima del ego, orientados al DAR, capaces de conseguir la confianza de las personas, influyendo en ellas para que voluntariamente le acompañen a llevar el barco eficazmente a su destino.