Desde hace unos meses estamos asistiendo a un espectáculo grotesco. En sedes institucionales, centros electorales o eventos lúdicos resuena un infausto eslogan que pretende desvirtuar la actividad gubernamental de Pedro Sánchez relacionándola con el sanguinario historial del citado terrorista. Quién escribe ha denunciado en múltiples ocasiones el maquiavelismo y la egolatría del líder socialista, reo de haber convertido a Sortu, formación heredera del brazo político de ETA, en una formación desequilibrante del tablero político nacional.
Pero estaríamos faltando a la verdad si no recordáramos que la banda armada causó estragos en los dos grandes partidos constitucionalistas mediante la denominada socialización del sufrimiento. Los asesinatos de José Ignacio Iruretagoyena, José Luis Caso, Manuel Zamarreño o Martín Carpena no difieren de los homicidios de Froilán Elespe, Joseba Pagazaurtundua, Juan Priede o Isaías Carrasco. Todos ellos fueron víctimas del fanatismo y de la exacerbación nacionalista.
Por esta razón es más que comprensible el enfado y el disgusto de algunas víctimas por la banalización y el menosprecio a su sufrimiento. Vestir camisetas con impresa la polémica frase dificulta implementar una más que necesaria labor pedagógica. El conocimiento sobre el terrorismo se desvanece entre los jóvenes a una velocidad alarmante. En octubre de 2021 según una macroencuesta apenas un 0,5% de los alumnos de la ESO en Navarra identificaba el asesinato de Miguel Ángel Blanco, y sólo el 57% recordaba la sanguinaria trayectoria de ETA.
Unas cifras que se repiten a escala nacional. La agencia EFE en verano de 2022 preguntó a 60 jóvenes de 22 a 24 años si conocían lo acontecido en julio de 1997. Seis de cada diez no supieron identificar al concejal al mostrarles una fotografía. Un panorama desolador que empeora con la falta de escrúpulos de VOX o las estulticias de Isabel Díaz Ayuso en la Asamblea de Madrid.
El último episodio en orden cronológico ha sido el delirante mensaje de Rafael Hernando en la red social Twitter. El senador afirmó que Gregorio Ordoñez, asesinado por ETA en enero de 1995, utilizaría la misma frase para desacreditar al actual presidente del Gobierno. Una salida de tono que ha provocado la firme respuesta de Consuelo Ordoñez, hermana del fallecido, y la indignación de otras víctimas del despiadado etarra como la familia Buesa.
Cristina Cuesta quedó huérfana de padre el 26 de marzo de 1982. Un comando de la organización terrorista acribilló al delegado provincial de Telefónica en San Sebastián. Desde entonces ha capitaneado las batallas por la memoria de las víctimas y actualmente es directora de la Fundación Miguel Ángel Blanco. En una conversación con el autor precisaba que “sería un craso error ponernos a todas (las víctimas, NdA) en un mismo contenedor, somos diferentes y de ninguna manera tenemos siempre la razón”.
Pero dónde conviene la mayoría de los afectados, pese a las discrepancias ideológicas, es en la denuncia de la instrumentalización del sufrimiento. Consuelo Ordoñez lo explicaba en una interesante entrevista concedida a El Periódico en octubre de 2022. Carlos Ábalos, ex portavoz de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), reconocía en 2007 a un servidor la “total y absoluta indignación” por “las injerencias de los partidos en temas completamente distintos como ETA o los atentados del 11-M… Todos buscan sacar rentabilidad electoral”.
El intento de desacreditar a quienes más sufrieron y siguen padeciendo la brutalidad de la organización armada dificulta ganar la batalla del relato. Las ingeniosas artimañas de la izquierda abertzale a favor de una justicia transicional y no restaurativa quedan invalidadas por la existencia misma de las víctimas, como bien explica la politóloga Agata Serranò en sus excelentes investigaciones académicas.
García Gaztelu e Irantzu Gallastegui, pareja sentimental, siguen encarcelados por los delitos perpetrados. Ambos fueron trasladados a la cárcel de Estremera en abril de 2021 por decisión del Gobierno. Hasta la fecha no han realizado ningún acto de constricción ni cuestionado desde el prisma estratégico el uso de las armas. Sus dos hijos, engendrados en cautiverio, viven en Bilbao dónde reciben el cuidado de algunos familiares. Una familia disfuncional que no goza de ningún beneficio penitenciario, siendo el acercamiento una medida que no contempla ninguna progresión de grado.
Javier Ordoñez, hijo del edil popular, es un treintañero con un prometedor futuro que no tiene reparo en hablar de la muerte del progenitor. Crecido en Madrid, representa junto a Pilar Elias, destinada a convivir con el asesino de su marido en Azkoitia, o Sara Buesa, hija del ex vicelehendakari asesinato en febrero de 2000, y otros tantos familiares la resiliencia de las víctimas del terrorismo. Un colectivo que merece proximidad y atención y no el deleznable aprovechamiento partidario.
Ana Iribar, viuda de Gregorio Ordoñez y crecida en un entorno nacionalista y con primos que militaron en Herri Batasuna, suele recordar que “a Goyo le asesinaron por dos razones, le odiaban y le temían… bajo su liderazgo el PP logró cinco concejales en San Sebastián. Estoy convencida de que podía haber sido un excelente alcalde”. El fanatismo etarra imposibilitó el mandato “de un hombre decente, lo habría conseguido con los sufragios de los donostiarras”. Que se vote, pero en contra de “Txapote”.