En Bretton Woods se impusieron los estadounidenses a los británicos. Como es sabido, el economista británico, John Maynard Keynes, y el economista estadounidense, Henry Morgenthau, tuvieron serias discusiones sobre cómo hacer la transición del sistema económico de posguerra. Pero los estadounidenses, tras el desembarco de Normandía, tenían toda la influencia en las negociaciones y finalmente impusieron su agenda. No es exagerado afirmar que en Bretton Woods se produjo la mayor transferencia pacífica de poder y responsabilidad en la historia moderna. Por decirlo de forma simple, los británicos básicamente pusieron fin a la Pax Britannica y dieron a los estadounidenses las llaves de su Imperio. Memoria de aquella época, y de esas complicadas negociaciones que alumbraron el nuevo orden mundial, es el clásico del realismo internacional escrito por el propio Morgenthau, Politics Among Nations. The Struggle For Power And Peace (1949).
La dominación monetaria británica había durado aproximadamente dos centurias, desde la Guerra de los Siete Años hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. La primacía imperial británica desde 1763 a 1945, en efecto, obligó a Londres a involucrarse en casi todos los conflictos globales, pues en ellos se jugaba la estabilidad de sus redes comerciales y bancarias. Como ya advirtió Polanyi, el poder monopólico en el mercado global de capitales sirvió como instrumento de paz durante la Pax Britannica, pero también, como explican algunos autores, la clave de ese orden imperial y colonial radicó en la extraordinaria capacidad de la City y sus intermediarios -la sofisticación de su industria financiera-, para actuar reduciendo los riesgos de impago que ocasionaban las guerras (Marc Flandreau y Juan H. Flores, “The Peaceful Conspiracy: Bond Markets and International Relations During the Pax Britannica”, International Organization , Vol. 66, Nº 2 , 2012, pp. 211-241).
El valor de la libra del Imperio Británico estaba asegurado por una tupida red de cadenas de suministro colonial respaldada por el poderío marítimo de la Royal Navy. Esto convirtió a la libra en una moneda atractiva durante este tiempo para realizar el comercio internacional. Estaba casi garantizado que hacer negocios a través de la libra esterlina constituía un medio seguro para las transacciones internacionales (Barry Gough, Pax Britannica: Ruling the Waves and Keeping the Peace before Armageddon, Palgrave MacMillan, Londres, 2014).
A este respecto, resulta de interés la obra de Rebecca Matzke, Deterrence through Strength- British Naval Power and Foreign Policy under Pax Britannica (University of Nebraska Press, 2011), en la que demuestra de manera convincente, a través de archivos y documentos gubernamentales, cómo Gran Bretaña combinó vastos recursos navales con una hábil diplomacia para desempeñar un papel importante en la configuración de los asuntos europeos, usando la amenaza de la acción naval para asegurar sus intereses nacionales y preservar el liderazgo de su política exterior.
Pero las dos guerras mundiales cambiaron esta dinámica. Los alemanes emplearon desde 1939 una estrategia de submarinos que hundió con bastante eficacia más barcos británicos de los que Gran Bretaña podía armar. Las rutas comerciales marítimas se volvieron inseguras y el país sufrió duros desabastecimientos. Combinado con la cantidad de dinero que el Imperio Británico pidió prestado para sostener el esfuerzo bélico, Londres se vio obligado a deshacerse de sus derechos sobre la moneda de reserva en favor de sus primos del otro lado del Atlántico Norte, a cambio de suministros. El enorme desgaste imperial supuso una gran enseñanza económica: controlar una moneda global -como lo era entonces la libra esterlina- podía considerarse estratégicamente conveniente, pero en última instancia, era insostenible. El gran teórico del análisis del sistema-mundo, Immanuel Wallerstein, aborda esta problemática en The Capitalist World-Economy (Cambridge University Press, Nueva York, 1979, principalmente en el capítulo 17).
En este sentido, Bretton Woods supuso un respiro para el extenuado Imperio Británico. Londres se quitaba de encima la carga de sostener la moneda de reserva global en 1944 y apenas tres años después se producía la independencia de la India (agosto de 1947) y el fin del Mandato Británico en Palestina (mayo de 1948). A este respecto, resulta de interés para asomarse a esta abrupta transición del poder global, la obra de Peter Clarke, The Last Thousand Days of the British Empire: Churchill, Roosevelt, and the Birth of the Pax Americana (Bloomsbury Press, Nueva York, 2010, sobre todo la Parte IV “The Liquidation of the British Empire”).
La principal criatura del nuevo orden económico fue el Fondo Monetario Internacional, que comenzaba a funcionar el 27 de diciembre de 1945 con 29 miembros, bajo el liderazgo, obviamente, de EE.UU., y el acompañamiento del Reino Unido y de Francia. Las potencias del Eje, derrotadas en la guerra, lo harían más tarde, con la excepción de Italia, que, ante un probable triunfo electoral de los comunistas en las elecciones de 1948, ingresó tempranamente al organismo en 1947. Alemania y Japón lo harían en 1952. La Unión Soviética, consciente de la naturaleza geopolítica de la nueva institución, nunca lo hizo. Sería la Federación Rusa, el estado sucesor, el que lo haría en 1992.
La primera etapa de Bretton Woods comprendió el periodo que va desde 1945 hasta principios de la década de 1970. Esta etapa se caracterizó por una fijación estricta del precio del oro en dólares estadounidenses y tipos de cambio fijos, aunque abiertos a cambios en caso de emergencia. Este período coincidió con la fase más aguda de la Guerra Fría y un período de tasas de crecimiento económico sin precedentes en todo el mundo por el revulsivo que significaba la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial y su recuperación demográfica. La segunda etapa, que va desde principios de la década de 1970 hasta la actualidad, se caracterizó por la negativa de EE.UU. a convertir los dólares en oro al tipo de cambio oficial y la introducción de un régimen de flotación libre, en el que los tipos de cambio de todas las monedas nacionales eran determinados por el mercado. Esta medida se combinó con la jugada maestra de Henry Kissinger, en 1973, que permitió a Washington concluir un acuerdo secreto con Arabia Saudí según el cual los precios del petróleo se fijarían únicamente en dólares. Nacía así el sistema del petrodólar.
El sistema del petrodólar implicaba que los países demandantes de petróleo debían hacerse con dólares para pagar a los países productores de la OPEP. Este acuerdo, todavía vigente, también implica el denominado “reciclaje” de los petrodólares, es decir, la colocación de esos dólares procedentes de los superávits comerciales de los países petroleros en bancos estadounidenses y su libre inversión en los mercados estadounidenses. Este acuerdo se cerraba con las cláusulas de seguridad, por las cuales el Tío Sam se obligaba a proveer la protección de los jeques, desplegando su flota, armándoles y creando bases militares en la región.
Puede encontrarse una explicación detallada del funcionamiento del sistema del petrodólar y su intrahistoria en el trabajo de David E. Spiro, The Hidden Hand of American Hegemony: Petrodollar Recycling and International Markets (Cornell University Press, 1999), en el que el autor sostiene que este sistema (que de facto respalda al dólar mundialmente) ha permitido a Washington apuntalar niveles de deuda pública estadounidense que de otro modo serían insostenibles. Dicho de otro modo, la riqueza reciclada en dólares de la OPEP ha subsidiado hasta la actualidad las políticas de gasto del gobierno estadounidense.
En definitiva, la segunda etapa de Bretton Woods venía a recrear el orden monetario internacional, por el cual el oro negro reemplazaba al oro amarillo, como valor seguro o de respaldo para los dólares estadounidenses. El petróleo garantizaba así una demanda estable y en constante aumento. La estabilidad del sistema del petrodólar y del régimen de libre flotación de las monedas estuvo asegurada por los acontecimientos de la década de los 80, así como por la globalización financiera impulsada por los yuppies de Wall Street. El derrumbe de la URSS y la apertura de muchos espacios postsoviéticos contribuyó asimismo a incrementar la demanda de dólares. El “fin de la Historia” profetizado por Fukuyama parecía hacerse realidad en los años 90. La gran potencia hegemónica, una vez disuelta la URSS, se había quedado sin su némesis. Su enemigo había desaparecido.
Pero todo aquello, visto con retrospectiva, resultó ser un espejismo temporal. El oso ruso volvía a levantarse de su letargo en el año 99, cuando Putin tomó el testigo de Yeltsin y frenó la deriva aciaga de la todavía muy joven Federación Rusa. Al mismo tiempo, EE.UU. parecía experimentar un cierto declive de su competitividad y los países asiáticos despegaban. China entraba en la OMC en el año 2001 y ratificaba su condición de fábrica del mundo y gran potencia exportadora. Los cambios y transformaciones mundiales y geopolíticos de comienzo del nuevo siglo pusieron en riesgo los equilibrios en que se fundamentaba el orden monetario unipolar de EE.UU. El esfuerzo de Washington por mantener su condición hegemónica ha conducido a la superpotencia global a asumir en las últimas dos décadas crecientes déficits y por tanto altos niveles de deuda pública para sostener el crecimiento del gasto militar con el que asegurar su dominio marítimo, aéreo y terrestre global.
No es una coincidencia que todos los compromisos extranjeros de EE.UU. desde la Segunda Guerra Mundial hayan sido para asegurar los cuellos de botella “geográficos” del comercio internacional, principalmente a nivel marítimo. Esto se debe a que el control de estos puntos estratégicos permite a la marina de guerra estadounidense junto a sus aliados o socios regionales cerrar eventualmente el acceso al comercio internacional a un rival extranjero, ya que la práctica totalidad del comercio exterior se ve obligado a atravesar ciertos enclaves (Panamá, Gibraltar, Suez, Ormuz, Malaca). Si una potencia extranjera no actúa de acuerdo con los intereses de los EE.UU., las flotas de EE.UU. pueden aislar la economía de su rival y usar esto como palanca para obligarlos a modificar su comportamiento.
Ésta ha sido la estrategia trazada por los halcones de la Casa Blanca desde la segunda mitad del siglo XX, teniendo como uno de sus mayores exponentes Zbigniew Brzezinski, como desvela en su obra, The Great Chessboard. American Primacy and Its Geostrategic Imperatives (1997), para quien la misión que afronta EE.UU. es convertirse en el único árbitro político en tierras euroasiáticas, "el gran tablero de ajedrez", e impedir el surgimiento de cualquier potencia rival que amenace sus intereses. Por tanto, una primera conclusión es que la Pax Americana no declinará hasta que el dragón chino desarrolle capacidades militares superiores o iguales a las de EE.UU., y entonces pueda hablarse de un orden efectivamente alternativo, de una Pax Sínica.
Junto a esta lógica militar, el otro pilar del dominio del dólar es la política de sanciones que llegado el caso puede imponer EE.UU. contra un determinado rival, y hacer que un eventual régimen sancionador sea aplicado inmediatamente por un conjunto de países y también por SWIFT, la red mundial de telecomunicaciones interbancarias. La sanción principal consiste en “militarizar” el dólar, es decir, impedir que un país pueda efectuar sus transacciones en dólares, de forma que al congelar sus fondos se le dificulte en extremo participar en el comercio internacional, aislándole. Cabe apuntar que la URSS solo sobrevivió tanto tiempo porque tenía suficientes recursos de alimentos, agua, minerales y petróleo para su autosuficiencia. Si el proyecto de los BRICS gana peso y determinación, es posible que puedan efectuar una progresiva desdolarización en su comercio interno, como comentamos en un anterior artículo (Sanz Bayón, P., “Los BRICS y la desdolarización”, El Mundo Financiero, 19 de septiembre de 2023).
Por tanto, la segunda conclusión que podemos extraer es que la elusión de las sanciones estadounidenses por parte de sus rivales coyunturales necesitará de un bloque compacto y firme, con un proyecto a largo plazo que sea capaz de articular mecanismos que permitan desdolarizar sus economías de forma progresiva, controlada y segura. Para lo cual, las potencias que desafíen a EE.UU. deberán ineludiblemente desarrollar tecnología de mensajería financiera propia y que funcione alternativamente al SWIFT, para que las posibles sanciones de EE.UU. no les impacten.
Finalmente, el tercer factor que a buen seguro determinará bien el ocaso o bien la pervivencia de la Pax Americana será lo que suceda en torno al mercado del petróleo. Al anclar el dólar en el petróleo en vez de en el oro, EE.UU. centró su atención en Oriente Medio, donde los yacimientos petroleros producen suficiente suministro para el consumo global de energía. Pero el statu quo derivado del sistema del petrodólar está en riesgo si Arabia Saudí se sale del guion pactado en los años 70 con Washington y comienza a actuar fuera de su órbita.
En este sentido, hay que tener presente que la monarquía saudí, liderada por el príncipe heredero Bin Salman, ha restaurado sus relaciones con Irán bajo la mediación de China. Esta alianza constituye posiblemente el mayor hito diplomático mundial de este año, con múltiples derivaciones, como puede leerse en la declaración publicada por el Ministerio de Asuntos Exteriores chino, “Joint Trilateral Statement by the People's Republic of China, the Kingdom of Saudi Arabia, and the Islamic Republic of Iran” (10 de marzo de 2023). En segundo lugar, Arabia Saudí ha ingresado en los BRICS tras el anuncio hecho en la cumbre de Johannesburgo el pasado mes de agosto y que se hará efectivo a partir de 2024. Además, Arabia Saudí está operando una cierta desvinculación con EE.UU., como muestra la resolución de un contrato multimillonario de compra de armamento (Wall Street Journal, “Arms Megadeal Collapsed When China, Russia Links Emerged”, 15 de septiembre de 2023) y está reemplazando progresivamente al dólar por el yuan en el mercado de petróleo, como se pudo observar el pasado mes de marzo cuando la empresa china CNOOC y la francesa Total Energies intercambiaron en yuanes 65.000 toneladas de gas natural licuado procedentes de Arabia Saudí.
Todo esto ha comenzado a suceder en 2023. El equilibrio regional del Golfo Pérsico y por ende del mercado petrolero queda alterado porque si Arabia Saudí pasa a actuar por libre, EE.UU. puede igualmente entender que decae su compromiso de seguridad con los jeques saudíes. Esto nos lleva a la última conclusión, y es que la Pax Americana tendrá que redefinirse en la medida en que el dólar se desvincule del petróleo arábigo. En consecuencia, si esta situación persiste, Washington estará abocado a pisar el acelerador de la Agenda Verde -el Green Deal- y potenciar la narrativa climática, para liderar la transición energética a tiempo de asegurar que la Unión Europea permanezca subordinada a los intereses de las corporaciones estadounidenses, principalmente en cuanto a las patentes de sus empresas energéticas e industriales y a las “finanzas verdes” configuradas desde Wall Street.
Todavía estamos lejos de ver una China, o una entente internacional como el BRICS, con capacidad de retar a Washington en todos los órdenes, pero la creciente inestabilidad geopolítica es un síntoma del comienzo del ocaso de la Pax Americana, aunque pueda ser un proceso que tarde en completarse varias décadas. Como nos recuerda desde su visión realista y fundada en la historia, John Mearsheimer, en The Tragedy of Great Power Politics (2014), EE.UU. estará obligado a frenar el ascenso de China para evitar su propio declive. La política mundial es ciertamente trágica porque la anarquía del sistema internacional requiere que las potencias busquen el dominio a expensas de otras, condenando incluso a otros países interpuestos a una lucha de poder implacable. Si la Pax Britannica terminó con la Segunda Guerra Mundial… ¿la Pax Americana terminará tras una Tercera?