El sionismo llegó a Palestina y, en ningún momento, estuvo en sus planes expulsar a los árabes. El sionismo esperaba establecer un Estado judío, pero, cuando Theodor Herzl fracasó en su intento de obtener una carta internacional para tal Estado, los sionistas se limitaron a la adquisición de tierras para su cultivo. Estas tierras fueron compradas a los árabes, no tomadas a la fuerza.
Los judíos habían vivido en Palestina desde tiempos inmemoriales. Y la llegada de colonos judíos procedentes de Europa tampoco obstaculizó la lucha árabe por la autodeterminación. Hasta los años 60 y 70 del siglo pasado, con la aparición en escena de la OLP y Arafat, no hubo ningún movimiento nacionalista árabe popular, ni tampoco ninguna lucha de autodeterminación.
Los árabes palestinos daban pocas pruebas de especial apego al país, y muchos de sus propios dirigentes vendían tierras, incluso mientras protestaban de ellos ante el exterior. Los ingleses, como los judíos, propusieron en los años veinte del siglo pasado soluciones que fueron rechazadas por dirigentes extremistas árabes. Se produjeron disturbios y matanzas. La intransigencia árabe forzó la partición y la creación de un Estado judío.
Los dirigentes árabes no quisieron participar con las resoluciones de las Naciones Unidas. Rechazaron el plan para la construcción de un Estado palestino separado, y atacaron esta propuesta. Durante el conflicto la sociedad palestina, que nunca había sido fuerte, se disgregó. La mayoría de las familias reocas se marchó del país. Buscaron la tranquilidad en Egipto, Siria y Líbano. Abandonaron la carga de la lucha y el sacrificio a los obreros, aldeanos y clase media. Estos factores, junto con el miedo colectivo, la desintegración moral y el caos en todos los terrenos, acabaron desplazando a los árabes de Tiberiades, Haifa, Jaffa y decenas de pueblos. Si los palestinos fueron desplazados, la mayoría se desplazaron a sí mismos.
Un viejo mito occidental sostiene que la causa de Palestina une a los Estados árabes cuando están divididos en todos los demás puntos. Sería más exacto decir que, cuando los árabes se hallan dispuestos a cooperar entre sí, esto tiende a encontrar expresión en un acuerdo para evitar toda acción sobre Palestina, pero que, cuando deciden querellarse, la política de Palestina se convierte raídamente en tema de disputa. La perspectiva de que uno u otro gobierno árabe pueda provocar unilateralmente hostilidades con Israel suscrita en otros temores por su propia seguridad, o la menos, por su reputación política.
La realidad es que no fue como su existiera en Palestina un pueblo palestino que se considerase a sí mismo pueblo palestino, y que los judíos hubieran llegado y los hubieran expulsado, arrebatándoles su país. Los palestinos no existían. Esta es la realidad.
Como dijo Golda Meir “podemos perdonar que maten a nuestros hijos, pero nunca perdonaremos que nos hagan matar a los suyos. El día que los árabes quieran a sus hijos tanto como nos odian a nosotros, habrá paz en Oriente Próximo”: