Análisis y Opinión

Forajidos y canallas

· Por Julio Bonmatí, Observador de masas

Julio Bonmati | Domingo 19 de noviembre de 2023
Me gusta, sin cerrar los ojos, en mi silencio particular utilizar la memoria sin duda alguna muy sesgada por el tiempo transcurrido para deleitarme al recordar los primeros años de juventud, una época en que las horas se hacían eternas salvo que fueran entregadas a una insubordinada diversión; cuando paradójicamente en el fuero interno se deseaba que pasaran rápido los días para alcanzar cuanto antes la anhelada mayoría de edad por lo que de ilusoria falsa libertad prometía.

Me agrada recordar que el recurrente mensaje individual y colectivo entonces recibido de quien nos había precedido en la historia y la experiencia era no pierdas el tiempo, primero la obligación y luego la devoción, quien no siembra no recoge, debes hacerte un hombre de provecho. Como siempre y pese a ello, luego como era de esperar de todo ha habido, quedándose también alguno de aquellos compadres en el degradado grupo de los que en la vida les vale simplemente con ser un aprovechado desagradecido; pero por lo que fue y su solidaria participación para mí queda exonerado según donde y cuando de merecer juicio con sentencia.

Y allí plantados con las orejas gachas y la risa contenida la prédica era oída, incluso aparentemente escuchada acompañada con circunspecto gesto si formaba parte de una merecida reprimenda; pero en nuestro fuero interno movidos por las ganas de pasarlo bien y la sabiduría que te proporciona el desconocimiento exento de culpa, ya entendíamos cómo posteriormente con los años se ha confirmado que la mejor manera de ganar el tiempo es perderlo con los amigos.

Y sin precisar de menores razones para ello, nuestra mayor razón era el disfrute, por lo que prácticamente para la consecución de tal feliz afán a su servicio poníamos toda nuestra ilimitada imaginación.

Y así en nuestra compartida cabeza grupal todos a una nos convertíamos en una cuadrilla de osados forajidos que no precisaban ni de premeditación ni de nocturnidad ni de alevosía para improvisar una broma pesada a un tercero que nada había hecho más allá que de manera descuidada cruzarse en nuestro camino pillándonos en uno de esos momentos torcidos, o para compinchados jugando a los chinos hacerle trampas a un primo, ni para tras cruzar una mirada cómplice ejecutar raudos un “simpa” en un bar.

Y así todo aquello pasó, y ahora como personas serias sin aportar nada nuevo al relato somos el relevo de aquellos que nos advertían y prevenían por nuestro bien; y si amigo, toca sin nostalgia ver el partido desde la grada, para como mucho pícaramente sonreír en un remedo de la descarada risa de entonces, mientras silentes, secuaces y canallas observamos juntos como algún otro supuesto compañero en una patética y mal entendida valentía todavía intenta calentar en la banda sin saber que lo que más le conviene al final es abstenerse de jugar y dejar para su casa lo que se sencillamente se conoce cómo “hacer el ridículo”.