El plan insuficientemente explicado (si es que alguna explicación tiene) del líder del Partido Popular significa, por elevación, la resignación ante las tendencias más peligrosas que corroen los sistemas de libertades en todo el mundo desarrollado: una de ellas es la rendición ante los designios de la ‘dictadura globalista’, que sueña precisamente con erosionar hasta dejar reducidas casi a la nada las competencias de cada nación en la configuración de su propio presente y futuro; la otra es precisamente la patada hacia delante, la absurda vía de escape para que aquello que ha de quedar exclusivamente en manos de los españoles se lleve a despachos grises de personas que poco o nada se juegan con lo que pase en nuestro país en los próximos años.
El dislate no puede ser más pronunciado. Cuando hay una mayoría social (y desde luego absolutísima en el centro y en la derecha) que está reivindicando España y su respeto frente a relatores, mediadores, observadores y demás figuras trinconas que sólo nos podrían producir daños y perjuicios como colectivo, ahora es nada menos que el vencedor de las elecciones y líder de la oposición el que plantea que no sería mala idea dejarnos a los pies de los caballos europeístas.
Se está a tiempo de rectificar. De sobra. Pocos caminos pueden resultar más catastróficos para el interés general de los españoles que los emprendidos por un Feijóo que, lejos de plantear una resistencia fiera y una alternativa sólida a un gobierno levantado sobre ideas de bombero, se sume ahora a esa infausta moda que consiste en trocear o aniquilar o robar nuestros derechos, confundiéndose con el ‘paisaje progre’.
La del gallego es, a estas alturas del año, la mejor válvula de oxígeno y, sin duda, el más inesperado regalo de Navidad para el autócrata de Moncloa. ¿No queda ningún juego de repuesto de luces largas en Génova 13?