Ante ese objetivo criminal de causar el máximo dolor por razón de la religión, de esparcir el odio en su más bárbara expresión, de generar la máxima devastación, la pregunta es: ¿por qué no hay reacción de eso que tan pomposamente y con tanta banalidad se denomina ‘la comunidad internacional’, y a la que tanto -por razones en ocasiones delirantes o absurdas- se apela? O peor: ¿por qué esa comunidad internacional no es que mire y calle, sino que ya ni siquiera tiene la decencia de poner el ojo y el foco en estas matanzas?
La razón es evidente. La sensibilidad finísima y atentísima de Occidente ante cualquier mosca que se pose sobre un musulmán, se desploma o directamente se extingue cuando es a un cristiano al que, en este caso, se liquida.
No. Occidente no permanece de espaldas ante las atrocidades que se perpetran por razones de religión. Lo hace ante las que se perpetran por razones… de la religión cristiana. Sólo en Nigeria, sólo en una década, van no menos de 43.000 asesinados ante el avance del plan concebido por ese gobierno para extender por todo el territorio del país la ‘sharia’. No hay más.
La sorpresa no es tal cuando quienes permanecen impasibles, sin pulso ni reacción, son las dañinas ‘elites globalistas’, tan ensimismadas en alargar la sombra de su sombría y tiránica agenda. Sí sorprende, en cambio, que los mayores pastores de la Iglesia cristiana, católica, en los tiempos que corren, y ante semejante hecatombe, anden más concentrados en propalar sermones sobre ‘el cambio climático’ y ‘las políticas de género’ que en elevar la voz, denunciar y revolverse ante tantas muertes injustas cuya única infecta raíz, aún sin arrancar… se llama ‘cristofobia’.