Una posible solución para hacer frente a esta necesidad primaria consiste en la desalinización de ingentes cantidades de agua. Cabe recordar que el 70% de la superficie terrestre está cubierta por la misma y que el 97,5% es salada y sólo una cantidad inferior al 1% es apta por el consumo humano. La mencionada permuta supliría con creces a las necesidades de la mayoría de la población mundial y de las regiones costeras. Sin embargo se trata de un procedimiento nada sencillo y que dista muchísimo de convertirse en panacea.
Hasta finales del siglo XX los costes de una desalinización masiva han excedido los beneficios, pero con las mejoras tecnológicas y relativo abaratamiento se ha logrado revitalizar amplias zonas áridas y semidesérticas. Actualmente la ocupación de grandes espacios tanto en Latinoamérica como en Medio Oriente depende de la eliminación de la sal. El coste actual de 0,50 dólares por litro de agua ha convertido a la desalinización en un proceso bastante asequible, y se espera que el desarrollo científico siga reduciendo las tarifas.
Además el tratamiento del líquido marítimo no resulta afectado directamente por el cambio climático. Por lo tanto la comunidad científica lo valora también como un inestimable recurso en una obligada estrategia de adaptación. El reemplazo del citado 1% de agua potable a nivel mundial con dosis de todo lo restante favorecería la preservación de los ecosistemas naturales y reduciría el desvío de enormes cantidades hacia el sector primario. Además se ha demostrado que el agua desalinizada aumenta tanto la calidad como la cantidad de fluidos residuales que pueden tratarse y reutilizarse a posteriori. De tal manera se suministra a la agricultura el necesario aporte hídrico sin afectar a los depósitos de agua dulce, que pueden utilizarse en la recuperación de sistemas acuáticos desecados. Una práctica ampliamente implementada en Israel y que ha proporcionado enormes ventajas a nivel geoestratégico.
Pero no es todo oro lo que luce, y para conseguir la solución beneficiosa de la desalinización es necesario abordar importantes desafíos. El principal obstáculo consiste en el utilizo de enormes cantidades de energía y la consecuente emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Esto socava los esfuerzos de mitigación y cuestiona las políticas ambientales que Naciones Unidas (ONU) ha implementado con la Agenda 2030. Pero al depender la citada emisión de las fuentes mismas de energía, la única alternativa para lograr que la desalinización sea provechosa y no afecte al ecosistema es que dependa de las renovables.
Actualmente la totalidad del proceso se lleva a cabo utilizando energía convencional y a pesar de su necesidad es valorado como una mala práctica, razón por la que nos vemos abocados a sustituir el uso de combustible, gas o petróleo con otros recursos naturales.
En segundo lugar la desalinización de enormes cantidades favorece la aparición de la salmuera y de concentración de cloruro de sodio superior al 5%. Esto por un lado garantiza el suministro de sal, pero impide que en determinados ríos y lagos haya vida animal al tratarse de un elemento venenoso. La ubicación geográfica de los mismos centros de desalinización cobra una enorme trascendencia desde el prisma ambiental.
En un párrafo anterior se mencionó que los costes de producción de líquido desalinizado han ido reduciéndose sensiblemente con el avance tecnológico. Pero similar tratamiento sigue siendo más caro que el acceso directo a agua potable y el consecuente desembolso resulta inabarcable para administraciones estatales con recursos financieros inadecuados. La denominada pobreza hídrica lastra el crecimiento económico de algunos países, sin embargo en casos como el de China (Beijing) o de España (Ciudad Condal) se plantea como solución más accesible al trasvase entre cuencas.
También cabe mencionar el interés de la administración de Gibraltar en favorecer la producción de energías renovables como la eólica para garantizar el correcto funcionamiento de la desalinizadora. De lo contrario el Gobierno de Fabián Picardo no tendría alternativa que solicitar abastecimiento a la colindante administración española, una opción sobre la mesa como atestigua la casi finalizada edificación de un acueducto entre el Peñón y La Línea.
Otros desafíos relacionados con el proceso químico en cuestión y el reciclaje de aguas residuales son los costes de mantenimiento. Para superar el déficit de profesionales altamente cualificados se están interesando por un sector tan estratégico a nivel social e industrial grandes multinacionales de la energía como Repsol, Sonatrach, Iberdrola, Statoil/Hydro o ENI y fondos de inversión de la talla de Black Rock a través de la sucursal BGF Sustainable Energy Fund o Everwood.
El control estatal directo es prácticamente inviable por las mismas fluctuaciones en la demanda de agua potable al sucederse periodos de sequía y otros de importantes precipitaciones. No obstante sería lo aconsejable porque la decisión de emprender una desalinización a gran escala responde en primer lugar a instancias de carácter social y podría rentabilizarse desde el prisma político ante una emergencia como una sequía generalizada. Lo ideal sería movilizarse de forma preventiva sin esperar a que se produzca una crisis importante.
En muchos casos las plantas de desalinización pueden gestionarse a nivel municipal. Sin embargo integrar el proceso químico con el reciclaje de aguas residuales y el almacenamiento de agua requiere de un enfoque mucho más amplio. La conversión en sí no alivia la escasez de aguas en zonas más elevadas, pero reforzar el suministro en las regiones costeras faculta retener más cantidades allá dónde la desalinización no es posible.
La obtención del ciclo depende de un paquete de políticas de amplio espectro como la pertinente conservación y una adecuada financiación que garantice la distribución sin ventajismo de carácter político. Para concluir, la desalinización lejos de ser una panacea debe valorarse como un factor estratégico. Si bien utilizado reforzará la administración más virtuosa como en el caso de Israel, que suministra alrededor de 100 millones de metros cubos de agua al año a la vecina Jordania. Cuantía destinada a multiplicarse.