Sorprende qué pocos son capaces de concretar el momento justo y fijar el lugar exacto al responder estas dos preguntas: ¿Cuándo debo irme? ¿Dónde debo quedarme?
Ciertamente con los años y la experiencia, si no se es un auténtico cenutrio de carreras tuneado, se puede ir alcanzando cierta sabiduría; pero [para este cocido] el transcurso del tiempo, por sí solo y sin otros condimentos, no es garantía de alcanzar el don de la oportunidad.
El arma se encara y el gatillo se aprieta solo cuando el conejo está dispuesto, que no disponible lo que es muy diferente, para la escopeta; hacerlo antes o después es propio de inoportunos. Hay que ser consciente de que a veces, aunque todavía quede espacio de sobra en el morral, ya no cabe ni un solo gazapo más.
También conviene distinguir entre tener una oportunidad y estar oportuno. Para con la primera, ya que el azar te la ofrece, se debe estar atento para cuanto menos primero reconocerla y luego agradecerla; en el segundo caso, no acertar conlleva responsabilidad; es decir, si hay consecuencias toca pagar la cuenta sin protestar. Y en según qué casos no es válido estar oportuno salvo que aceptes con agrado la etiqueta de oportunista, al aprovechar inmerecida ventaja de la oportunidad.
A muchos se les ha ofrecido más de una vez una oportunidad, y muchos en alguna ocasión han estado oportunos, bien en ocasional provecho general [tanto ajeno como propio] o como simples oportunistas en provecho solo propio. Lo complicado es encontrar personas que sean oportunas con lo que de continua permanencia implica, pues aquí se sube un peldaño y se alcanza el estatus de persona de provecho, lo que antaño era común en la educación que se inculcase como objetivo vital.
En definitiva, para no alargarme y terminar oportunamente, ser inoportuno siempre es ser impertinente, lo que por mucha experiencia y conocimiento que se posea nunca permite que a alguien se le perciba como una persona que roza siquiera la sabiduría. Para ello se precisa encontrar la exacta respuesta a ¿Cuándo no debo quedarme? ¿De dónde debo irme?