Ciertamente mantenerse en la senda de la prosperidad se ve influido por las particulares circunstancias del entorno que a todos nos inquietan, y de que sean las más adecuadas en cada ocasión son responsables quienes asumen la tarea de con sus decisiones, que afectan a todos, dirigir la vida de una sociedad.
Y la receta para conseguir unas condiciones favorables para la prosperidad colectiva e individual es muy vieja, a la par que es la única que se ha demostrado válida a lo largo de la historia, y estos son los ingredientes:
Separación auténtica de poderes, seguridad jurídica, reducción del déficit público, mínima diferencia cuantitativa entre el gasto público y la parte de su importe destinada a servicios públicos, concentración del gasto público en las áreas esenciales de las infraestructuras, la sanidad y la educación, creación de un sistema sólido de impuestos que genere los ingresos necesarios para sufragar ese gasto público, pero sin perjudicar la actividad económica, un sistema sostenible de pensiones, fijación de las tasas de interés por el mercado, una tasa de cambio de la moneda moderada para facilitar las exportaciones, liberalización de las importaciones, mediante la reducción de los aranceles aduaneros, liberalización de la inversión extranjera directa, privatización de la mayoría de las empresas públicas, estas deben quedar reducidas a su mínima expresión y siempre y cuando garanticen con su existencia externalidades positivas, reducción de las disposiciones reguladoras que limiten la libre competencia, excepto las necesarias para la protección de los consumidores y del medio ambiente y la supervisión del sistema financiero, y para terminar la existencia de una autentica garantía legal de los derechos de propiedad.
En definitiva, deben adoptar medidas que impulsen la iniciativa individual y la competencia y que concentren la acción del Estadosolo en aquello que difícilmente puede cubrir la iniciativa privada.
Pero claro a la mayoría de los decisores sobre lo público y a quienes aspiran a sustituirlos que nos han tocado en suerte tras elegirlos, todo esto les trae sin cuidado; les da absolutamente igual las probables eventualidades que tenga que enfrentar la población que se ve afectada por su capacidad [o incapacidad] de organización y eficiencia, y realmente en todo su catecismo solo hay una oración que se la saben muy bien, la del corrupto: “Diosito no te pido que me des, ponme donde haya, que de coger ya me ocupo yo”.