Análisis y Opinión

Defecto

· Por Julio Bonmatí, Observador de masas

Julio Bonmati | Domingo 17 de noviembre de 2024
Ayer mientras soportaba una larga espera a consecuencia del retraso de un tren me vino a la memoria que hace años, tras la más larga espera que he padecido en mi vida, en mi visita a los Museos Vaticanos en la Estancia de Rafael, concretamente en la Estancia del Sello, pude contemplar en la pared opuesta al Parnaso y frente a la imagen de la Virtud de la Justicia, la representación de las otras tres Virtudes Cardinales (Fortaleza, Prudencia, Templanza) así como también la de las tres Virtudes Teologales (Fe, Esperanza, Caridad).

Y para aligerarme el trago ferroviario, al hilo de lo anterior no pude evitar retrotraerme a mi infancia y primera juventud, finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, cuando en el colegio nos hablaban de ellas; en especial recordé como nos ilustraban respecto a las cardinales exponiéndolas como las coordenadas morales que debían guiar las acciones de los cristianos.

Luego más tarde al terminar el colegio y por tanto todavía joven cuando se despertó mi curiosidad por la filosofía me enteré de que esas cuatro virtudes cardinales eran exactamente las cuatro virtudes morales de conducta ya enunciadas por Platón en el contexto de la tradición filosófica clásica a los efectos de configurar al ciudadano relevante, útil y perfecto en su desempeño como tal, e igualmente supe que también las mencionaron en su obra Cicerón y Marco Aurelio, para posteriormente al final ejercer una gran influencia sobre el pensamiento ético que sirvió de base al cristianismo, el cual vía cosecha propia añadió las teologales.

Y, dado que en la estación estaba todo observado, para distraerme seguí dejando libertad a mi pensar para así concluir que dada su informalidad Renfe estaba muy lejos de ofrecer virtud alguna acreditada su impuntualidad; y claro de ahí a considerar que la misma era un defecto solo había un paso [pequeño para el hombre, y mucho más pequeño para la humanidad].

Sin tener información alguna sobre mi tren seguí con el mismo ejercicio, pero aplicando lo de la paja/viga en el ojo ajeno/propio, y me dio por analizar si lo mejor de uno se debe realmente a sus virtudes o a sus defectos. Y ello sobre el principio de la causa de la causa es causa del mal/bien causado.

Y claro probablemente, estoy casi convencido, lo que realmente como primera razón me mueve no es mi espíritu trabajador, sino mi propensión por cuestiones de supervivencia a vencer mi natural defecto de la pereza; tampoco lo que me hace metódico y estructurado es mi ánimo ordenado, sino mi inclinación por cuestiones de supervivencia a vencer mi natural defecto como ser caótico; y lo que me hace no caer en la gula como un glotón no es mi autocontrol, sino mi aspiración por cuestiones de supervivencia a evitar estar oblongo, donde costaría menos saltarme que rodearme.

Y tras oír el anuncio para acceder al tren y observar en las caras que me rodeaban el reflejo del despeje de una incertidumbre, para poner fin a tales cábalas sin perdonar la impuntualidad decidí no tenerle en cuenta a Renfe su retraso pues me había permitido saber que a los demás seguramente los sostiene una virtud no incluida entre las anteriores, mientras en cambio ella [Renfe] y yo nos nutrimos de nuestros defectos. ¡Ah, sí! Esa virtud es la paciencia.