Las bombas de racimo detonadas por Aldama en su tan esperada declaración no parecen obedecer a la lógica de estos procedimientos, cuando el acusado es presionado para renunciar a un derecho tan sagrado como el de la presunción de inocencia. Ha habido, en el fondo y la forma, una actuación enteramente libre y voluntaria, atípica, pero con un origen que resulta más común.
Las bombas de racimo detonadas por Aldama son una suerte de ‘basta ya’, una ‘vendetta’, pero también una rara defensa de su propio honor, aunque sea comparativamente, por puro agravio. Y esto por dos razones. Primero, porque desde prisión estaba contemplando cómo algunos de los investigados no lo estaban siendo o iban a serlo por la totalidad de sus fechorías (léase actuaciones criminales perpetradas). Y segundo, y mucho más relevante, porque también desde barrotes intuía que alguno o algunos se podían ‘ir de rositas’, como si no hubiesen roto un plato ni hubiesen estado metidos de hoz y coz en la trama.
Más allá del impacto dentro del proceso penal que se sigue contra su propia persona, y más allá del terremoto político que estremece hoy a España por las aseveraciones tan extraordinariamente graves que están en la base de las bombas de racimo de Aldama, la Administración de Justicia tiene sobre el escritorio una tarea muy superior.
Esa misión trasciende los climas de opinión, los titulares periodísticos, la guerra partidista… para concentrarse, lisa y llanamente, en la determinación de hasta qué perímetro debe ampliarse y ensancharse el procedimiento criminal por unos hechos sobre los que (por acción u omisión) siempre ha revoloteado la figura de ‘El 1’.
Hoy más que nunca, y parafraseando al ministro Puente, estamos más cerca que en cualquier otro tiempo de conocer si a Sánchez (ya desfigurado y desdibujado en su última comparecencia) le va a salir más caro de lo que pensaba… ser ‘el puto amo’. Paciencia.