Análisis y Opinión

Nuestro problema y su virtud son la inteligencia de Sánchez

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España.

· Han pasado 18 meses desde que se celebraron las últimas elecciones generales y las encuestas dicen que, en el supuesto de repetirse, la derecha obtendría una holgada mayoría absoluta

Leopodo Bernabéu | Miércoles 29 de enero de 2025
Muy bien. Ni va a suceder, ni me parece lo más interesante del estudio. Hay dos cuestiones mucho más impactantes: la primera es que, si son el 27,3% los españoles que hoy apoyarían a Pedro Sánchez, quiere esto decir que el 72,7 no puede verlo ni en pintura, ¿por qué no se unen?; la segunda, me resultan atronador que siga habiendo seis millones que le votarían después de todo lo visto, leído y escuchado. Sadomasoquismo es estado puro. Es tan listo Pedro Sánchez, que no dejo de preguntarme a que está jugando queriendo avanzar con el enorme peso que arrastra. Lleva tantos años demostrando que el dolor social de los demás le entra por una oreja y le sale por la otra que, en contra de la mayoría de los análisis leídos, espero que a que se haga de noche y se me evapore la fuerza para desmenuzar los posos de mis pensamientos de una manera diferente. Es obvio que tampoco puede dar marcha atrás.

Ahondar en que, si quisiera aprobar la revalorización de las pensiones, volver a rebajar el coste del transporte público o solucionar la llegada de fondos a los afectados por la dana, sólo tendría que reenviar el documento al congreso con esas acciones y todos los grupos, por unanimidad se lo votarían, es repetir lo que ya sabemos todos. Tanto los que tienen claro que no hacerlo es una tomadura de pelo al colectivo, como los que se empeñan en querer demostrar, llamándonos tontos de paso, que no es así. La conclusión es que hay algo más seguro. El cerebro del líder de la Triada Oscura deduce distinto.

De momento ha conseguido que nadie se pare a pensar si España puede seguir permitiéndose revalorizar las pensiones a 12 millones de personas por encima del IPC; si seguir bonificando el transporte público, fines de semana incluidos, como si siguiésemos inmersos en el covid, es lógico; o si esas ayudas para los afectados por la dana, no son más que préstamos encubiertos que habrá que devolver con intereses, como ya está pasando con las ayudas que prestaron a todos los autónomos durante la pandemia.

Superado ese primer listón que habrán provocado al psicópata unas buenas risas en soledad, estoy cuasi convencido de que su último órdago, el de no trocear el ómnibus (aguántame el cubata) y amenazar con volver a llevarlo al congreso “después de buscar los votos hasta debajo de las piedras”, no es más que una apuesta para ver quien la tiene más grande, él o un necesitado de Puigdemont, cuyas soflamas ya no las compran nadie. Desdecirse al no ser “Molt Honorable president” y no haber sacado su moción de confianza, son para el Maquiavelo de la Moncloa otra ración de carcajadas. Puigdemont no es más que un rehén de sus propios delirios, que se desharán como un azucarillo en un café en cuanto el narcisista desaparezca de la vida pública, convirtiéndose entonces sí, en un errante de por vida. Más le vale no apretar demasiado.

Es curiosa la forma de actuar de las mentes progresistas, adjetivo que no comparto para catalogar a los que dicen ser de izquierdas. George Soros lleva decenas de años siendo maestro de ceremonias de innumerables gobiernos de este signo y nunca ha pasado nada, pero si Elon Musk decide apoyar a candidatos de tendencias que no son las suyas, es un ultraderechista al que hay que aislar y salirse corriendo de su red X. Y si Donald Trump decide que no va a seguir permitiendo la llegada de inmigrantes y decide deportarlos, es un redomado fascista, aunque Gustavo Petro, progresista presidente colombiano, decida que no quiere que le devuelvan a los suyos, mientras desespero por leer a alguien que le catalogue de antipatriota. Qué generación más degenerada nos ha tocado lidiar.