Ahondar en que, si quisiera aprobar la revalorización de las pensiones, volver a rebajar el coste del transporte público o solucionar la llegada de fondos a los afectados por la dana, sólo tendría que reenviar el documento al congreso con esas acciones y todos los grupos, por unanimidad se lo votarían, es repetir lo que ya sabemos todos. Tanto los que tienen claro que no hacerlo es una tomadura de pelo al colectivo, como los que se empeñan en querer demostrar, llamándonos tontos de paso, que no es así. La conclusión es que hay algo más seguro. El cerebro del líder de la Triada Oscura deduce distinto.
De momento ha conseguido que nadie se pare a pensar si España puede seguir permitiéndose revalorizar las pensiones a 12 millones de personas por encima del IPC; si seguir bonificando el transporte público, fines de semana incluidos, como si siguiésemos inmersos en el covid, es lógico; o si esas ayudas para los afectados por la dana, no son más que préstamos encubiertos que habrá que devolver con intereses, como ya está pasando con las ayudas que prestaron a todos los autónomos durante la pandemia.
Superado ese primer listón que habrán provocado al psicópata unas buenas risas en soledad, estoy cuasi convencido de que su último órdago, el de no trocear el ómnibus (aguántame el cubata) y amenazar con volver a llevarlo al congreso “después de buscar los votos hasta debajo de las piedras”, no es más que una apuesta para ver quien la tiene más grande, él o un necesitado de Puigdemont, cuyas soflamas ya no las compran nadie. Desdecirse al no ser “Molt Honorable president” y no haber sacado su moción de confianza, son para el Maquiavelo de la Moncloa otra ración de carcajadas. Puigdemont no es más que un rehén de sus propios delirios, que se desharán como un azucarillo en un café en cuanto el narcisista desaparezca de la vida pública, convirtiéndose entonces sí, en un errante de por vida. Más le vale no apretar demasiado.
Es curiosa la forma de actuar de las mentes progresistas, adjetivo que no comparto para catalogar a los que dicen ser de izquierdas. George Soros lleva decenas de años siendo maestro de ceremonias de innumerables gobiernos de este signo y nunca ha pasado nada, pero si Elon Musk decide apoyar a candidatos de tendencias que no son las suyas, es un ultraderechista al que hay que aislar y salirse corriendo de su red X. Y si Donald Trump decide que no va a seguir permitiendo la llegada de inmigrantes y decide deportarlos, es un redomado fascista, aunque Gustavo Petro, progresista presidente colombiano, decida que no quiere que le devuelvan a los suyos, mientras desespero por leer a alguien que le catalogue de antipatriota. Qué generación más degenerada nos ha tocado lidiar.