Los cambios en las administraciones políticas siempre traen consigo cierta incertidumbre en los mercados, y la reelección de Donald Trump, en este sentido, no es una excepción. Por muy tentador que resulte intentar predecir el futuro basándose en lo ocurrido durante el primer mandato del magnate, hay que recordar que ahora nos enfrentamos a unas condiciones económicas y monetarias muy diferentes a las de 2016. El mercado laboral estadounidense es el más fuerte en décadas y está impulsado por un crecimiento salarial interanual del +4/6% en los últimos ocho trimestres, un ritmo notable que supera a la inflación y aumenta el poder adquisitivo de una amplia franja de consumidores estadounidenses. Al mismo tiempo, el empleo en edad de trabajar está en su nivel más alto de los últimos 25 años y no faltan puestos de trabajo vacantes.
En cuanto a la política monetaria, la Reserva Federal ha interrumpido su senda de recortes de tipos en respuesta a una inflación aún elevada y a un crecimiento económico sostenido, con los precios de los activos ahora en máximos históricos. Sin embargo, todos los sectores de la economía son ahora menos sensibles a las subidas de tipos que en el pasado, gracias a los bajos niveles de endeudamiento de los hogares estadounidenses y a la solidez de los beneficios empresariales en relación con el coste de la deuda. La Fed parece más centrada que nunca en la cuestión de la inflación, con el presidente Powell empeñado en defender los resultados que tanto ha costado conseguir, una economía en recuperación sin subidas generalizadas de precios. Contener la inflación, sin embargo, es también el reto más importante para el recién elegido presidente Trump, ya que es un tema muy querido por el electorado republicano.