Análisis y Opinión

Orden

Ni como regla o modo que se observa para hacer las cosas, ni como mandato que se debe obedecer y ejecutar, los imperativos nunca me gustaron ni para recibirlos ni para emitirlos.

Julio Bonmati | Lunes 24 de marzo de 2025
Sin negar la visual armonía que contiene, poco mérito encuentro en desfilar al son que te marca un tambor golpeado rítmicamente por un obediente “baqueta”, a la voz de un pérfido con vocación de cómitre de galera. Y a la vez creo que trabajar para ser persona de provecho en lugar de ser un miserable aprovechado es una inexcusable responsabilidad individual de la que se debe estar plenamente convencido, y que para tener algún mérito no debe depender de que te venga impuesta por un ascendiente al educar, que no debe subordinarse a la existencia de una autoridad, ni respetarla por el disuasorio castigo contemplado para su incumplimiento por la ley.

Hay gente de orden porque lo eligen ellos y se ordenan a sí mismos; y hay gente ordenada porque contra su voluntad así se lo exige otro y solo les queda obedecer. Los primeros merecen ser seguidos, aunque se dediquen personalmente con sus propias manos a pasar la sencilla escoba de sorgo seco; y los segundos deben ser despreciados, aunque con su dorada batuta dirijan una orquesta de modernos y complejos electrónicos robots aspiradoras.

También conviene no perder de vista que no es lo mismo que las cosas estén ordenadas a que cada cosa esté colocada correctamente en su sitio; así si las chanclas están mayormente fabricadas para el verano y cuando las usamos en invierno no parece que la elección esté en orden con la estación climatológica, no se debe olvidar que en cambio mientras estén colocadas en los pies, con independencia de la fecha y la temperatura, nadie puede negar que están puestas en su adecuada anatómica ubicación.

Además, comprometerse tras acatar una orden directa del mando a cumplir rigurosamente con un plan preestablecido sin siquiera un mínimo aparente fallo en su elaborada manufactura, si se ha trajinado suficiente trinchera todo veterano soldado sabe que tiene plazo de caducidad, pues todo plan incluso el más perfecto solo funciona y se puede cumplir con precisión hasta el preciso instante en que se entra en combate.

Siempre me hizo gracia, ante una mesa llena de cosas amontonadas sin sentido lógico, oír del propietario, que es el único que hace uso de ella, aquello de “aunque parezca desordenada, yo sé perfectamente dónde está cada cosa”; escucha con atención alma de cántaro, no solo parece desordenada, realmente está muy desordenada y no transmite una imagen precisamente de limpieza, lo que prueba que no es incompatible la egoísta afición por el polvo oculto [con independencia del diámetro de la partícula y la polvareda] con gustar de hacer alardes de poseer una buena memoria visual que en el día a día no puede ser sometida a prueba.

Si en alguna ocasión un director me propusiera actuar en una película que versara sobre una competición de marineras traineras con pasional ósculo de la guapa protagonista para el vencedor justo antes del “the end”, y me diera a elegir un papel destacado entre ser esforzado remero o responsable timonel, a estas alturas sin pensarlo ni un minuto por preferirlo sin dudar pediría a ser posible el personaje del anodino fulano que rompe la botella contra el casco de la nave favorita en el momento de su botadura, aunque con ello en mi perjuicio me asegurase que la chica bonita no me eligiera al final.

Mis labios quedarían desolados, pero a cambio no habría impartido ni recibido una sola comprometida orden en todo el metraje que me hiciera sudar y mi responsabilidad en la validez de la intrascendente toma con mi breve participación hubiera sido mínima, pues estoy seguro de que nadie tras estallar la damajuana con el rotundo golpe que le daría tomaría la iniciativa de buscar y contar los trocitos de cristal.

No mandar ni que te manden, al eludir cualquier presión por pequeña que sea que dimane de los demás o de uno para con ellos, en el campo de lo social es lo más cerca que puedes llegar a estar de una asegurada tranquilidad, único estado en el que el ser humano percibe que todo está simultáneamente colocado correctamente en su sitio y, sin que incomode, guarda el orden que obligatoriamente corresponde guardar en virtud del sentido común; ese que como alguien dijo y es ya harto conocido por todos se caracteriza por ser el menos común de los sentidos.