Pero no es así. La formación morada ha vuestro a mostrar su doble vara de medir. Hay delitos de odio radicalmente condenables y, de acuerdo con este criterio de ida y vuelta, otros que pueden ser tolerables o asumibles, como los que se perpetran contra el pueblo judío o contra el propio Estado de Israel; víctimas, por lo visto, y si llegan a ser consideradas tales, de segunda.
No se trata simplemente de una muestra de insensibilidad palmaria sino, en el fondo, de una posición política vomitiva y más digna de cualquier conglomerado neonazi.
Por desgracia, y a pesar de la ignorancia y/o el desprecio de partidos como Podemos y otros sucedáneos comunistas, los incidentes (incluso los atentados) de índole antisemita son una constante en el mundo del siglo XXI. Y, por supuesto, generan temor e inseguridad entre las comunidades judías. También en los países con sistemas inclusivos y libres, mucho más allá del mundo árabe.
Sí. Se profanan cementerios, se atacan sinagogas o centros culturales, o monumentos conmemorativos del Holocausto, o instituciones cercanas a un pueblo aún hoy, y en determinados ámbitos facinerosos, de vandalismo y de barbarie, perseguido.
Todavía hay judíos que asisten con temor a servicios religiosos, o que sienten inseguridad al lucir distintivos con los que les puedan identificar, o al manifestar sus creencias o expresar su identidad cultural y que, por ello y lamentablemente, se autocensuran.
Diferentes Estados avanzados han reconocido en los últimos años y han dejado constancia de su voluntad expresa de ahogar los delitos de odio con motivaciones antisemitas, implementando ante ellos respuestas efectivas que neutralicen a individuos de distinta índole en su hostilidad y su violencia.
Ahora y aquí, en Madrid, esa izquierda que se da golpes de progresista, que se autodenomina como tal, y que tan fina muestra su piel ante ciertos tipos de discriminación comparece sin careta: farisea, facinerosa y totalitaria ante quienes son, injustamente y por su fe, perseguidos.