Análisis y Opinión

¿De qué vacunas estamos hablando?

Sigfrid Soria del Castillo Olivares, ex Director General de Seguridad y Emergencias y ex Diputado en el Parlamento de Canarias.

¿GIGANTESTO EXPERIMENTO?

· Por Sigfrid Soria del Castillo Olivares, ex Director General de Seguridad y Emergencias y ex Diputado en el Parlamento de Canarias

Jueves 09 de diciembre de 2021

Soy un entregado a las vacunas. Estoy vacunado de todo desde que era pequeñito con las vacunas herederas de la de la viruela de Jenner de finales del siglo XVIII. Mis hijas veinteañeras también están rigurosamente vacunadas contra todo lo vacunable, también desde que nacieron. Me siento en deuda con las vacunas que en los últimos 200 años han erradicado o reducido a la anécdota estadística y clínica a la viruela, difteria, tétanos, tosferina, poliomielitis, sarampión, rubeola, parotiditis, varicela y papiloma humano. Afirmo que las vacunas han salvado millones de vidas y que han sido y son un gigantesco paso de la ciencia en pro de la Humanidad.



Por tanto y en coherencia con lo anterior, detesto a los antivacunas, les percibo como lunáticos, paranoicos, obsesivos, egocéntricos, egoístas, hipocondríacos y torpes, muy torpes. Son potenciales enfermos insosteniblemente caros para los sistemas sanitarios y, lo que es auténticamente inadmisible, también son reservorios y potenciadores naturales de las enfermedades contra las que rechazan protegerse. Así como los diferentes estados desarrollados legislaron en su momento la obligatoriedad del casco en las motos o el cinturón de seguridad en los coches para paliar el inasumible coste sanitario que suponían los accidentes de tráfico, estoy convencido de que habría que legislar contra los antivacunas para acabar con su insolidaria realidad como vectores de propagación de enfermedades infecciosas. De hecho, hablar con un antivacunas me produce el mismo rechazo que hablar con esos otros tarados que se oponen a las transfusiones de sangre, a la donación de órganos o al uso de antibióticos y hasta analgésicos por parte no sólo de ellos sino incluso de sus propios hijos. Qué decir, ya puestos, de los terraplanistas o de los que creen firmemente que entre nosotros hay miles de extraterrestres disfrazados esperando mejor ocasión para liárnosla con la apocalíptica invasión alienígena.

Pero, ¿qué se espera de un vacunado? Que adquiera inmunidad frente a la enfermedad, es decir, que no enferme si entra en contacto con el patógeno. Y dado que no va a enfermar, también se espera que no sea transmisor de la enfermedad, o sea, que el patógeno no lo utilice como vector de propagación. Adicional y consecuentemente, se espera en general que el vacunado contribuya a la erradicación de la enfermedad o a anular su morbilidad y mortalidad e, incluso, también se espera que aporte su granito de arena para conseguir el rápido final de la epidemia o pandemia de turno. En definitiva, lo que se espera es lo que exactamente ha conseguido la vacunación masiva en los últimos dos siglos: que estemos defendidos individual y colectivamente contra ciertos patógenos. La cantidad y calidad de vida de las ultimas 10 generaciones no hubiera sido igual sin las vacunas.

Sin embargo, hay virus contra los que no conseguimos vacunas. Por ejemplo, el VIH que aparece hace 40 años, que ha segado la vida de 40 millones de seres humanos y que, al no existir vacuna, sigue produciendo contagios y muertes de SIDA. Pero, ¡bombazo!, aparece el SARS-CoV 2 hace 2 años, ha matado a 5 millones de seres humanos y dicen que hay vacunas desde hace 1 año; pero sigue habiendo contagios y muertes. España tiene un alto índice de “vacunación” contra el SARS-CoV 2, pero el 50% de los ingresados por COVID está vacunado. Y, por si fuera poco, entre todas las muertes que sigue habiendo por SARS-CoV 2, ¡hay más de vacunados que de sin vacunar! Pero hay poblaciones con tasas de vacunación aún superiores a la de España, como es el caso de Gibraltar cuya tasa es del 100%, tasa que no evita que los contagios se hayan disparado y que tampoco evita que haya impacto hospitalario y muertes por COVID. ¿No es extraño que la misma ciencia que no ha podido conseguir vacunas contra el VIH o contra el Ébola, haya conseguido en un añito vacunas contra el SARS-CoV 2? Claro está que, llamar vacuna a un fármaco que ni evita los contagios ni las muertes es como mínimo pretencioso, y como máximo el mayor fraude la Historia. Bien es verdad que este ensayo podría acabar aquí como artículo de opinión, pero voy a extenderme para decir la verdad, despacharme a gusto y terminarlo como ensayo. Procedo ahora al cuerpo:

Los virus sólo se replican cuando han invadido nuestras células porque nos hemos contagiado, por tanto, sólo crean copias de sí mismos (replican) cuando contagian a un huésped. Es en el proceso de réplica, y sólo en él, cuando se producen las mutaciones. De hecho, se producen muchísimas mutaciones, o fallos en las réplicas, y sólo unas pocas son favorables a los virus y a su permanencia, y negativas para la Humanidad. Se acabarían las réplicas y sus consecuentes mutaciones si las que dicen ser vacunas evitaran la morbilidad, o los contagios, porque sin contagios no habría ni réplicas ni mutaciones. Pero está tristemente demostrado que las que dicen ser vacunas COVID NO evitan los contagios y tampoco evitan las mutaciones. Es más, posiblemente todas las que dicen ser vacunas contra este virus lo que realmente hagan sea facilitar las mutaciones porque al no evitar los contagios, propician las réplicas en entornos biológicos sólo parcialmente protegidos por las llamadas vacunas COVID, lo que quizás conlleve a que algunas de dichas réplicas generen variantes con mayor morbilidad y mortalidad, por pura lógica de proceso de selección, o evolutiva. Bien es verdad que todas estas pseudo vacunas ofrecen en general resistencia al desarrollo de la enfermedad grave y también en general, bajan la estadística de muertes; ello aceptado sin perder de vista la proporción de vacunados con pauta completa hospitalizados y muertos por COVID-19. Eso sí, los dirigentes de todos los gobiernos de todos los colores políticos, las autoridades sanitarias y los medios de comunicación proclaman sin vergüenza alguna que para evitar los contagios, vacunación, vacunación y vacunación. Aseguran, lo cual reconozco me impacta, que la mejor y única manera de no contagiarse en las reuniones familiares navideñas y en las comidas de empresa es la tercera dosis. Nos venden que si nos vacunamos no nos contagiaremos ni contagiaremos a nadie. Y cientos de millones de inocentes personas compran sus falaces discursos. Se asume como cierto el cliché de que si uno entra en un local cerrado atiborrado de personas, pero todas vacunadas ya no con tres, sino con 4 ó 5 dosis de las pretendidas actuales vacunas COVID, ese grupo estaría libre de contagio, libre de desarrollar la enfermedad y libre de morir; cliché absolutamente falso pero verdadero en la mente colectiva a fuerza de repetirse como un mantra, tal y como planteaba el socialista Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del III Reich.

Reflexión muy especial merece la vacunación COVID de jóvenes y niños, subgrupos estadísticamente casi invulnerables a desarrollar la enfermedad o morir. Pero a nivel global se acepta como imprescindible la vacunación masiva de niños y adolescentes para FRENAR LOS CONTAGIOS con sueros que llaman vacunas, cuando si no se vacunaran se contagiarían de igual manera que vacunándose, y tendrían las mismas posibilidades (casi nulas) de desarrollar enfermedad grave o morir. En definitiva, la justificación de vacunar a los niños contra un patógeno que no afecta a su salud, y que les va a contagiar de igual manera que si no estuviesen vacunados, es exclusivamente económica. La diferencia entre vacunar o no vacunar a los 60 millones de niños europeos con tres dosis, (apuesto lo que sea a que dentro de unos meses se empezará a hablar de la necesidad de la tercera dosis para niños) puede rondar los 3.600 millones de euros; ¿qué más da, pues, si esas dosis son inútiles o necesarias para esos niños? El tema importante y subyacente es el negocio.

Por otra parte, afirmo rotundamente que la Humanidad está sufriendo un gigantesco experimento pues, ninguna de las que dicen ser vacunas COVID ha estado bajo los procedimientos de seguridad farmacéutica obligatorios hasta el 2020. Llegados a este punto, rechazo categóricamente que los antivacunas y negacionistas se adhieran a cualquiera de mis hipótesis agregando todas sus chifladuras de nanochips, grafenos y localizadores e inductores de futuras conductas autodestructivas o de obediencia a seres superiores, porque prefiero leer “13, Rue del Percebe” que atender a todas esas paridas paranoicas.