Análisis y Opinión

El porvenir de España como ‘democracia defectuosa’

CARTA DEL PRESIDENTE

· Por Alfonso Merlos, Presidente del Grupo "El Mundo Financiero"

Alfonso Merlos | Domingo 13 de febrero de 2022

No era necesaria la publicación del índice de calidad de los sistemas de gobierno del mundo entero, en The Economist, para que se certificase a ojos de la comunidad internacional lo que resulta a todas luces evidente en el patio doméstico: la democracia en España se sumió en un proceso de deterioro fuerte que tal vez, y no de forma casual, pudo iniciarse de manera acusada el 11 de marzo de 2004, con el estallido y las muertes en los trenes de Atocha. Y ahí sigue, sin levantar cabeza y, lo peor, no sin fuerzas sino sin razones para caminar con la testa alta.



La degradación es un hecho, y las causas, también. La todavía corrupción imperante entre demasiadas de nuestras castas gobernantes, los desvaríos cavernícolas del nacionalismo y el empantanamiento del gobierno de los jueces no son las mejores cartas de presentación en un examen que, finalmente, mide nuestro progreso, nuestra prosperidad y desarrollo, nuestra armonía y buena marcha como nación… o la ausencia dramática y deplorable de todo ello.

Con un clima social de polarización creciente, con unas falsas elites que ocupan las instituciones públicas y son diariamente cuestionadas (con causas sobradas) por su miopía y su ineptitud, y con ciertos segmentos en las alturas (fundamentalmente ligados al separatismo) para los que hay un poder ejecutivo que otorga beneficios discriminando a los ciudadanos de segunda, el futuro que se presenta en modo alguno puede ser el de la remontada. No desde luego en el corto plazo.

Más allá de la grandeza que como nación nos otorga y viene dada de suyo por nuestra propia Historia (hoy ignorada en las aulas, desde las que se favorece la mediocridad y se iguala en el rebuzno), nuestro país se aleja cada día más -por sus tropiezos- de las democracias plenas, entre las que se sitúan Estados tan distintos y distantes como Noruega o Nueva Zelanda, por citar un par de ellos.

Y aun así, quedará esperanza para la recuperación y para que no sigamos descendiendo y destacando por nuestros defectos, siempre que no normalicemos como colectivo y, por el contrario, combatamos por fin unidos lo que nos mantiene en la ciénaga: la incompetencia de quienes llevan el burocrático mando del sistema, el cainismo y la violencia de quienes pretenden imponer sus ideas sectarias aplastando el interés general, la usurpación de los organismos vitales estatales por quienes exhiben, cada día, que son los peor preparados y una mera caricatura si se les compara con quienes los copan más allá de nuestras fronteras.

¿Estamos dispuestos a huir de la resignación y articular, cada mañana, una respuesta que nos aleje de las inmundas cloacas imperantes en las peores democracias?