Pero uno de los grandes debates geopolíticos (con radicales derivaciones humanitarias) que se plantean en este punto es en qué ha cambiado o va a cambiar el mundo, a tenor de lo que fragmentariamente se está contemplando en las pantallas de televisión de todos los continentes.
Washington no ha comprendido que no se puede gobernar desde el sofá y una comodidad mal entendida, desde un aislamiento selectivo y estéril. Tampoco que la Unión Europea, por razones complejas pero palmarias, se ha convertido definitivamente en términos de seguridad en un total enano, un actor extremadamente insignificante e impotente. Pero hay más: tampoco se ha percatado el actual inquilino de la Casa Blanca de que, mirándose en el propio espejo, de ‘la única superpotencia solitaria’ (en términos de Samuel Huntington) del aquel viejo 1989, tras la caída del muro de Berlín, poco o nada queda.
La hegemonía económica y comercial de China está comenzando a ser abrumadora ya en vastas áreas del globo, ante el repliegue americano y el autismo europeo. Y la alianza del gigante asiático con la Federación Rusa se sustenta sobre un sustrato de intereses comunes que el episodio de Ucrania esta revelando que, hoy por hoy, son irrompibles, puro acero.
En efecto, el poder ha basculado hacia el Este, relegando a un segundo plano la bandera de las barras y las estrellas y dejando en la cuneta a la costosísima y desgarradoramente ineficaz burocracia de Bruselas, que más allá de la pura cosmética o la escenografía parlamentaria vacua, ni está ni se la espera: sus prédicas son saharianas.
El número y porcentaje de países que han seguido el dictado de las sanciones contra Putin es, simplemente, ridículo. Otra cosa es que nos coloquemos una venda sobre los ojos, reacios a mirar la verdad. Y revela el fracaso de quienes, culturalmente -las sociedades occidentales- han concentrado sus energías y sus recursos en debates y políticas vacuas mientras descendían, en términos de liderazgo internacional, por la ladera de lo inane hasta el barranco de lo invisible.
Aún más, las presuntas e inteligentísimas medidas que iban a debilitar al invasor hasta hacer insoportable su situación se han transformado en un ‘boomerang’ que, más en cuestión de días que de semanas, está achatarrando nuestro Estado del bienestar y poniendo contra las cuerdas, con amenaza de caer sobre la lona, a nuestras castigadísimas clases medias.
Hoy es un buen día para empezar a construir un liderazgo que sirva para ganar el siglo XXII. Este XXI tiene un eje claramente dominador, que no pasa por más capitales que por Pekín y Moscú; y, en otro plano, Dubai. Por ese orden.