En febrero de 2020 la UE publicó el Libro Blanco sobre Inteligencia Artificial apostando por realizar una mayor inversión, que en comparación con los otros dos hegemones, China y EE.UU., está resultando muy insuficiente en estos dos años, como analizaremos a continuación. A pesar de que Europa destaca por haber emprendido asociaciones empresariales público-privadas, carece de un verdadero gigante digital, como son IBM, Google, Microsoft, Facebook o Amazon. Por tanto, parece complicado que se consiga en el corto plazo un nivel de inversión que permita avances sólidos para la industria de la computación e Inteligencia Artificial.
A este respecto, en sus últimos presupuestos, la UE ha afirmado invertir una cantidad de 806.900 millones de euros, de los cuales sólo 2.450 millones se van a dedicar a la inversión en IA. Si comparamos estas cifras con las de los grandes líderes tecnológicos -EE. UU. y China-, observamos que es totalmente insuficiente. EE.UU. destina a la IA cerca de 45.000 millones de euros anualmente y por su parte China invierte, según la OCDE, unos 20.000 millones. Por tanto, si la UE quisiera competir con ambas potencias mundiales debería multiplicar por diez sus inversiones para al menos igualar la cantidad que invierten sus competidores directos.
La insuficiencia de inversión en I+D+i es el talón de Aquiles de la economía europea. El total de los 27 países que conforman la UE invirtió únicamente un 2,23% de su PIB en 2019, en comparación con EE. UU., que invirtió un 3,08% o Corea del Sur, con un 4,64% en ese mismo año. Además, la mayoría de las empresas que radican en Europa son pymes, en comparación con EE.UU. y China, donde hay un mayor número de grandes empresas, y con una mayor competitividad en el mercado internacional. En consecuencia, debido a que las empresas europeas son más pequeñas y tienen menos recursos para invertir en tecnologías innovadoras y disruptivas, se acrecienta el estancamiento tecnológico y la incapacidad para que la UE pueda convertirse en una potencia en la economía digital.
Otra de las causas de la recesión tecnológica europea se debe a la falta de ecosistemas digitales fuertes. En los últimos diez años tan solo 8 compañías europeas han logrado adentrarse en el top 100 de startups con mayor capitalización bursátil en una clasificación de nuevo liderada por Estados Unidos y China. Asimismo, la posición de la UE es todavía más débil en el ranking de valoración de nuevas empresas aún sin capitalización bursátil, pues solo cuenta con 5 empresas en la lista del top 100. En muchos países europeos, los emprendedores se enfrentan a numerosas trabas burocráticas de las Administraciones Públicas y a la actitud recelosa e inmovilista de las plantillas de funcionarios, lo cual supone un verdadero lastre para el impulso de nuevas empresas y el aumento de la riqueza colectiva. Todavía existen numerosos impedimentos a la movilidad internacional del talento, los procedimientos para solicitar financiación pública son tramitaciones administrativas largas y complejas, y muchos empresarios se encuentran con restricciones y dilaciones para obtener licencias de apertura de un negocio digital en determinadas ubicaciones. A todo ello se suma que la presión fiscal es alta en muchos lugares de Europa y hay pocos gastos deducibles adaptados a los emprendedores digitales. Si los europeos queremos que la UE forme parte del éxito de los ecosistemas digitales a nivel mundial, sería necesario construir una cultura emprendedora arraigada en la sociedad, es decir, que haya interés y motivación por querer llevar a cabo nuevos proyectos disruptivos. Basta un ejemplo como muestra de la situación en la que nos encontramos: mientras que en EE.UU. se fundaron en el periodo de 2019 a 2020 casi 9.000 nuevas startups, es decir 2,4 por cada 100.000 habitantes (el 35% del total del planeta), en la UE, sin embargo, solo se fundaron 6.000 es decir 1,07% por cada 100.000 habitantes, esto es el 24% del mundo, siendo la UE la suma de 27 países con un total de 447 millones de habitantes, por contraste a la población de EE.UU., que asciende a 331 millones.
Por otra parte, el informe “Inteligencia artificial, blockchain y el futuro de Europa: cómo las tecnologías disruptivas crean oportunidades para un economía verde y digital” se afirma que EE.UU. tiene el mayor número de pymes que se dedican a la IA y al blockchain (2.995 empresas), seguido de las 1.418 que tiene China y las 1.232 que tiene la UE, encabezando el listado Alemania y Austria. Estas cifras son otro indicador que muestra que la UE tiene mucho que progresar si quiere estar a la altura de los grandes líderes mundiales. Dentro de la UE existe a su vez una brecha digital interna en cuanto a la adopción de esta tecnología por sus empresas, ya que por ejemplo el 23% de empresas irlandesas han incorporado sistemas de IA, frente al 11% de empresas establecidas en Dinamarca o el 9% en España o el 4% en Polonia. De entre las pocas empresas que han incorporado “sistemas inteligentes”, solo el 2% de éstas utilizó el aprendizaje automático para analizar grandes datos. Además, de las pocas empresas europeas que utilizan la IA, prácticamente ninguna es referente a nivel mundial, ni se posiciona como líder en innovación, en comparación con EE.UU. o China que cuentan con bastantes empresas en el top de los rankings mundiales. Según el estudio realizado por “Statista” en 2020, la lista mundial de empresas referentes a nivel tecnológico está liderada en los tres primeros puestos por empresas estadounidenses (Apple, Microsoft y Google) y luego Tencent (empresa multinacional tecnológica china), a lo que luego le siguen dos empresas más norteamericanas (Facebook e IBM). No es hasta la séptima posición que encontramos la primera compañía europea, de origen alemán, llamada SAP, destinada a productos informáticos.
Ahora bien, las causas que han propiciado la gran brecha cibertecnológica entre ambos continentes, no sólo se deben a la falta de inversiones disruptivas, sino también a la acumulación de una serie de decisiones y opciones de política legislativa poco eficientes que han dado lugar al estancamiento tecnológico en el que está sumido Europa. Una de las causas se encuentra en la fragmentación normativa del mercado interior europeo en los sectores no digitales y a la consiguiente falta de implicación directa de las entidades regionales y locales dentro de la Estrategia del Mercado Único Digital. Esto ha conllevado que no se hayan conseguido alcanzar logros notables en el campo del comercio digital transfronterizo, lo que sumado a la falta de una infraestructura adecuada y de capital humano competente con talento STEM, haya dado lugar a un panorama bastante alejado del nivel de digitalización esperado y a las expectativas generadas en los últimos años.
La estrategia por lograr un Mercado Único Digital ha provocado un exceso de regulación que ha entorpecido el dinamismo de los emprendedores digitales y tecnológicos. La innovación y la creatividad en el sector digital se han visto castigadas con formalidades y obstáculos innecesarios, lo cual contrasta con el entorno proactivo y amigable de las autoridades públicas en las dos “mecas” de la tecnología digital mundial, Shenzhen (China) y Silicon Valley (EE.UU.). Por ejemplo, el Reglamento General de Protección de Datos de la UE añade considerables costes administrativos a todos los operadores económicos, cualesquiera que sea su tamaño. Esto encarece el hecho mismo de participar en la economía digital, que es sobre todo una economía de datos, que extrae y crea valor de la información proporcionada por los usuarios. Sin facilidades para la ciencia de datos es imposible el desarrollo de la IA. No obstante, el obstáculo más significativo a la expansión de los nuevos modelos de negocio digitales y no digitales ha sido la heterogeneidad normativa que caracteriza al mercado interior europeo, ya que las empresas tanto grandes como emergentes (start-ups) o en expansión (scale-ups), deben adaptarse a los distintos regímenes internos de cada Estado miembro de la UE, mientras que en EE.UU. o China tienen un acceso más uniforme, fácil y rápido a su propio mercado.
Aún queda mucho por construir dentro del Mercado Único Digital de la UE para que verdaderamente sea un mercado común armonizado y dinámico. Un obstáculo que cabe destacar es la falta de armonización de la fiscalidad europea o las dificultades al establecimiento empresarial y profesional a la hora de prestar servicios o invertir en el mercado de los otros Estados miembros. Como resultado de estas limitaciones, muchas empresas tecnológicas europeas no consiguen adentrarse en el mercado internacional, de modo que pierden oportunidades de negocio, capacidad de expansión, de sinergias y crecimiento, y por tanto productividad y competitividad. Todo ello arrastra efectos negativos a la innovación y al desarrollo social y educativo. A pesar de que la UE promulgó una iniciativa en 2016 dirigida a las start-ups y scale-ups a fin de eliminar los obstáculos existentes al acceso a fuentes de financiación o a sus actividades transnacionales, los avances en términos de simplificación y armonización normativa han sido bastantes escasos.
Para muchos expertos es evidente que las instituciones europeas deberían cambiar el rumbo adoptado, y lo debe hacer más pronto que tarde, porque nos está haciendo quedar descolgados de la carrera por la Inteligencia Artificial. Bruselas se piensa aún el centro del mundo, pero la cosmovisión eurocéntrica es ya una cosa del pasado, de los tiempos de los viejos imperios coloniales. La inercia del siglo XX todavía nos hacía pensar que hasta finales de los 90 y comienzos de los 2000, la Vieja Europa aún podía considerarse el centro del orbe. Pero la construcción institucional europea no está sabiendo enfocar la economía del siglo XXI, que es una economía de activos intangibles, de continua innovación y ductilidad, en el que el talento hay que saber atraerlo y retenerlo, porque la propiedad intelectual del software es volátil, temporal y difusa. Lamentablemente, la UE sigue anclada en un enfoque tradicionalista del mercado, en los que la oferta y demanda obedecen a una suerte de leyes “físicas” predecibles e inamovibles que la regulación puede encapsular. Una economía irreal para la que incluso los legisladores pueden tomarse años y lustros en aprobar e implementar mastodónticas regulaciones que los participantes del mercado deben aprenderse y acatar si no quieren cometer infracciones y ser sancionados.
La economía del siglo XXI es una economía ya globalizada, hiper-especializada, líquida e incluso gaseosa o plasmática, que exige más que la tradicional verticalidad unas relaciones de horizontalidad, de cooperación entre las autoridades y los agentes del mercado, para alumbrar un corpus normativo, una Lex Mercatoria, con unas reglas de juego claras y transparentes para todos los participantes, que sean sencillas de aprender y aplicar y que ante todo generen confianza, seguridad jurídica. La motorización turbo-normativa de Bruselas y de los Estados europeos, su hipertrofia administrativa y burocrática, no nos está conduciendo a aprovechar las inmensas oportunidades de la economía digital, a diferencia de lo que sí se está consiguiendo en China y EE.UU. Europa se encuentra estancada, tanto en comercio electrónico transfronterizo (dominado por el coloso estadounidense Amazon), como en 5G (liderado por la china Huawei) como en materia de competencias y herramientas digitales (dominada por las Big Techs, el MIT y Stanford, entre otras instituciones de EE.UU.). La UE no ha sido capaz de trazar una agenda política y económica que nos dirija hacia la soberanía digital, que facilite la integración y crecimiento de empresas europeas líderes en tecnología digital. Paradójicamente, la política de Bruselas y de los países europeos nos ha conducido a una total dependencia y subordinación de los gigantes tecnológicos de EE.UU. y por consiguiente a lo que se decida en otros centros de poder, ya sea en Silicon Valley, en Washington o en Wall Street.
El exceso de regulación y burocracia de la UE y de sus países miembros está contribuyendo a que sus ecosistemas digitales sean de escaso tamaño y relevancia y a que el talento internacional migre a otras latitudes, al no encontrar espacios en los que interactuar y colaborar en el campo de la innovación tecnológica. La llegada del Metaverso y la emergencia de fenómenos como la tokenización, los criptoactivos y las plataformas descentralizadas, podrían ser otra nueva oportunidad perdida, salvo que se afronte decididamente un cambio de enfoque. Todavía estamos a tiempo si los ciudadanos europeos queremos y así lo exigimos a nuestros representantes.
Fuentes:
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