Durante el confinamiento, la deuda permitió proteger el tejido productivo, generar actividad económica y volver rápidamente a la normalidad. La deuda también ha servido para compensar el impacto del aislamiento económico de Rusia (mayor productor mundial de materias primas y gas natural y el tercero de petróleo) y tratar de compensar sus efectos inflacionistas. Los gobiernos han pasado el balón de la deuda a las siguientes generaciones de políticos, que tendrán que pagar esos préstamos en los próximos 10, 15 o 20 años, dependiendo de cual es sean los vencimientos, pero en todo caso son a largo plazo. Pero en realidad quién es la pagarán serán nuestros hijos con sus impuestos.
Pero el peso de la deuda también recae sobre los inversores que han comprado esa deuda, normalmente de forma indirecta en forma de fondos de inversión y planes de pensiones de renta fija. El problema vendrá cuando esos activos vayan perdiendo valor (como ya ha comenzado a suceder), según los bancos centrales vayan subiendo los tipos de interés, ya que a mayores tipos, menor es el atractivo (precio) de los bonos de deuda, y cuando además esos mismos bancos centrales finalicen el proceso de estímulo monetario Y dejen de comprar bonos en el mercado.
Una solución es invertir en fondos que apuesten contra el valor de los bonos. También hay determinados fondos monetarios que a medio plazo se pueden beneficiar de la subida de los tipos de interés. Ninguno de estos productos es fácil de encontrar, pero sin duda existen. Luego está la renta variable. Tener un 10% o hasta un 20% de la cartera en renta variable jamás arruinó a nadie y existen sectores que se podrían beneficiar del incremento de la inflación y/o los tipos de interés.