La enésima reforma educativa del PSOE, como es sabido, va encaminada a cercenar en gran medida el estudio de la filosofía, a erradicar el examen cronológico y completo de la Historia (la de España y la Universal), a permitir el paso de curso al pelotón de los torpes y los vagos y, en definitiva, a ir suprimiendo las calificaciones numéricas (sustituidas por expresiones escritas cursis y de otra índole) para no traumatizar al citado pelotón de torpes y vagos.
Todo esto, naturalmente, mientras se corta de cuajo y se torpedea la excelencia, al tiempo que se levanta un monumento colosal a la mediocridad, precisamente en la línea confortable y de exportación de buena parte de los deficientemente cualificados y formados ministros del gobierno de España.
Con este cuadro, resulta simplemente grosero que la desconocida ministra Alegría pregone alegremente que con los pasos que están dando los socialistas, se esté llevando por el buen camino “a los niños y las niñas para afrontar un futuro altamente tecnológico”. De acuerdo con las tesis de la desconocida ministra, estas criaturas estarán en perfecta forma para echarse a cuestas trabajos ligados “a la inteligencia artificial, la robótica, el análisis de datos, el desarrollo de software o la ciberseguridad”. Y esto, con “alta cualificación tecnológica”.
Es lógico que cualquier ciudadano que no sea estrecho de miras, que tenga un poco de mundo, que vea un poco más de lo que lleva hasta la próxima esquina, alcance la conclusión de que la desconocida ministra pudiera sufrir algún tipo de alucinación o, simplemente, tenga una relación cómoda con la mentira.
Mientras los sistemas educativos de países de nuestro entorno mejoran, se fortalecen y perfeccionan, el español sigue haciendo agua por doquier. De ahí nuestros continuos récords en fracaso y abandono escolar. De ahí que los grandes talentos se vean obligados a buscar mejor formación en terceros países. De ahí que esos trabajos del futuro los estén desarrollando una minoría de nuestros jóvenes, ya, allende nuestras fronteras.
Todo esto mientras el sufrido contribuyente costea a políticos excesivos en número, insensatos y falaces en sus declaraciones y con unos déficits clamorosos de calidad en su currículum y su trayectoria. En su abrazo ciego a la mediocridad, Alegría aún no ha entendido que, como sentenciara Kennedy, “un niño sin educación es una persona perdida”.